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La enseñanza de la
psicología(1)
La casi totalidad de nosotros hacemos psicología por razones de orden docente. Por lo menos, una gran parte somos profesores de psicología ó de materias estrechamente afines. La enseñanza de esta ciencia constituye, pues, nuestra principal preocupación y la razón de ser de nuestros esfuerzos en pro de su adelanto, no encontrando aventurado declarar que á esa tendencia primordial ha obedecido, casi por entero, la constitución de este centro que hoy inauguramos.
Fija la atención sobre este objetivo, he creído que para responder al insigne honor que la Sociedad me ha discernido encargándome de presidir la primera reunión científica que lleva á cabo, debía abordar ante ella un tema que es la discusión de su propio programa, afrontando con la debida valentía las responsabilidades que semejante empresa me impone.
La enseñanza de la psicología es un problema gravísimo, complicado y sobre todo, ingrato á la discusión, pero es un problema trascendental, tan trascendental como cualquiera de los grandes problemas que constituyen su obra investigadora, y de vital interés para las ciencias que esperan de ella la formula teórica o práctica, que ha de servirles de norma para el empleo y utilización de sus fuerzas en las diversas esferas de su aplicación. ¿No es, en efecto, la psicología la ciencia que ha prometido dictar las reglas definitivas de la lógica, la que se arroga el derecho de organizar la metodología, la que se declara único juez competente en materia de epistemología, la que, en fin, venciendo prejuicios y tradiciones seculares, se erige en maestro y dueño absoluto de la pedagogía?
Cómo enseña sus propios principios la psicología, cómo ha organizado su sistema de trabajo y cómo llena su obra de difusión científica en el mundo, es cuestión que interesa á todas las ciencias por igual, pero que afecta por encima de todo á aquellas disciplinas como las ya mencionadas, cuya vida está supeditada á la suya.
El asunto es, pues, de colosal importancia. Pero es ingrato. Es ingrato sobre todo porque, para tratarlo, es preciso confesar un estado de cosas que ha tiempo debió haber desaparecido y á cuya persistencia debemos, exclusivamente, esta infecundidad manifiesta con que se ofrece tanto el concierto de las Ciencias, tanto físicas como humanas, una materia que brilla sin embargo, por su actividad febril, por el entusiasmo y la fe que anima á sus cultores, por la prodigiosa extensión que ha dado á sus horizontes.
Pero grave, complicado é ingrato como es, no me parece sin embargo insoluble. Y es confiado en esta idea, que me he decidido á tentar la peligrosa aventura en la forma tan abierta que lo hago, desafiando las consecuencias a que puede llevarme la exposición de las pruebas. De todos modos, cualquiera que sea el valor que pueda asignarse á mis argumentos, lo que realmente importará para nuestra Sociedad es que este asunto se haya tratado en la sesión inaugural y por el miembro designado para usar por primera vez de la palabra. La solución que se le dé en la práctica á tal iniciativa es cuestión aparte, que no pretendo en manera alguna subordinará mis vistas personales.
Permítaseme, ante todo, afirmar que, si existe en psicología un problema docente, pendiente de solución, no es sino por efecto de este mismo estado de cosas á que acabo de referirme. Y para probar esta primera aserción, permítaseme también exponer tal estado de cosas.
Pero, antes quisiera recordar, para asentar mejor mi crítica, cuál es la situación que, por razón de su fin, ocupa en principio la psicología dentro del concierto general de las ciencias. Situada á igual distancia de los dos grandes grupos científicos que se disputan la atención del sabio, las ciencias naturales y las ciencias sociales, la psicología recibe de ambos grupos, en igual proporción, la influencia de los progresos y de las especulaciones doctrinarias que se operan en sus campos, proyectando al mismo tiempo, sobre éstos, con la misma intensidad y en la misma medida, la acción de sus propias tendencias y de sus propias investigaciones. Quizá la proporción en que este intercambio se efectúa no sea de una exactitud tan perfecta como parecería deducirse de esta forma de expresarme; pero, lo que es indudable, es que la psicología mantiene un intercambio activo con todas las ciencias, sin excepción alguna, el que, si no es igual en intensidad para con todas ellas, tomadas en particular, lo es, sin embargo, para el conjunto representado por su masa. De todos modos, la psicología representa el nudo que ata y confunde en uno solo todo el fondo común de las Ciencias. Así la consideró Platón al fundar la doctrina de la unidad del saber y así la considera la ciencia moderna cuando, por boca de Haecke1, nos afirma categóricamente que «podemos considerar la psicología, es decir, el estudio científico del alma, como el postulado á la vez que el fundamento de todas las ciencias». La psicología es, sobre todo, el núcleo central de las ciencias sociales, el punto de concentración de todo el movimiento de ideas, –doctrinas, hipótesis, dogmas, como quiera que sean–, que se elabora dentro del agitado campo de la moral, del derecho y de la sociología. Es el alma de la filosofía, su guía única, su sola inspiradora. La metafísica dejaría de existir sin ella. Y la religión perdería su atractivo principal, lo que constituye su razón de ser, su propia vida, esto es, el análisis, dentro de la fe sectaria, de los secretos resortes de la psiquis humana. La psicología, en una palabra, es para el espíritu moderno lo que fué para el antiguo «la primera y la más elevada de las ciencias».
Que es una ciencia, ó mejor dicho que es ciencia, no lo podemos ya ni siquiera poner en duda. Jouffroy solucionó hace muchos años la cuestión, traicionando de paso y valientemente á su propia escuela. Después de él, Taine, como filósofo, y Huxley, como naturalista, han probado definitivamente que la psicología no es ni puede ser otra cosa que una ciencia.
Ahora, bien, –y aquí entramos en materia–, tal manera de actuar la psicología, en su esencia y en su forma, ¿coincide con la impresión real que sus cultores actuales tienen de ella? ¿Es ésta la impresión vista de adentro que ofrece la psicología? En manera alguna. La actuación de la psicología y su carácter como disciplina de estudios resultan ser muy diferentes cuando uno se interna en sus dominios particulares, máxime si se inicia en las intimidades de su vida de labor.
Por lo pronto, sorprende la falta de orden de método por mejor decir, en el trabajo científico. A fuerza de ensayar nuevos métodos, á fuerza de tanto discutir sobre lo mismo, resulta no haber ninguno que pertenezca en propio á la psicología. La brevedad del tiempo me impide pasar siquiera en revista esta importante cuestión; pero es perfectamente sabido el estado de desprestigio en que se encuentran todos los instrumentos de labor científica en psicología. Todo por obra de la crítica á que han sido sometidos. Este es el hecho.
Sorprende igualmente, en medio de una actividad bibliográfica que ninguna otra ciencia acusa, la falta de obras que abarquen en conjunto la materia y la traten, sobre todo, con espíritu científico, es decir, con imparcialidad, con convicción y con desinterés. Los tratados de psicología siguen siendo obras dogmáticas ó tesis de mayor o menor desenvolvimiento, en las cuales el autor no busca, en general, sino la prueba de sus ideas, raramente la de los hechos que expone. Lo que preocupa á los autores es, por encima de todo, salir triunfantes de sus opiniones, destruyendo doctrinas ó postulados, antiguos o recientes, para edificar otros nuevos tan personales como los anteriores y a veces más efímeros que los que se pretende arruinar. El profano que quiera conocer el estado actual de la psicología en un texto de autor contemporáneo, lo único que generalmente encontrará á través de su lectura, es la comprobación de la propia obra ó la de una escuela, pero nunca la exposición sistemática ó completa de los hechos que constituyen el contenido real de esta ciencia. Ese contenido lo tiene que reunir por sí mismo el investigador imparcial, seleccionando de la enorme masa de monografías y trabajos de esta especie, el material que realmente merece llamarse científico.
No hay verdaderos tratados de psicología, como hay tratados de física, de química, de astronomía, de geología, de anatomía, de derecho ó aun de ciencias ocultas. La verdadera psicología está desparramada en millares y millares de trabajos sueltos, de monografías, como es la palabra, en cuyo colosal caudal de páginas, hay, como digo, que ir á buscar la verdad científica y procurarse con el propio esfuerzo la síntesis deseada; los tratados no son sino grandes exposiciones de tendencia doctrinaria, forjadas por las necesidades de la discusión, único motivo de su extensión.
En ellas no se encuentra, en general, sino dialéctica, unilateralidad y discusión de principios ó de fórmulas. Eso, sin contar que, á cada paso ó como previa condición de prueba, se discute sobre el valor de las palabras como se pudiera discutir sobre la realidad de los fenómenos que se pretende explicar. El tecnicismo físico, químico, geológico, se ha mantenido intacto en las respectivas ciencias a pesar de todos los cambios fundamentales ocurridos en ellas, porque los términos son el instrumento de la exposición científica y no de la especulación doctrinaria. Que no signifiquen hoy lo mismo que ayer, es una cuestión que no necesita previamente ni subsecuentemente tratarse en una ciencia; estos cambios se imponen al juicio del lector por el sólo progreso ocurrido en las ideas. Dedicar su tiempo á esta clase de disquisiciones, en cualquier otra ciencia, sería considerado como un despilfarro de fuerzas ó una excentricidad digna de provocar la execración de la obra.
En psicología, la discusión de los términos prima sobre el mismo dogma. La definición de la psicología ó del fenómeno psíquico, constituye uno de los más vastos capítulos de algunas de nuestras obras más importantes de la materia; y sobre la discusión de los términos se establece la profesión de fe del autor, otra necesidad previa que experimentan nuestros contemporáneos en ese afán doctrinario que los domina.
La controversia es, por otra parte, la expresión única de la dialéctica en materia de prueba psicológica; para poder cimentar una nueva idea, es necesario, según parece, no tan sólo discutir sino pleitear, y en esta vía se llega muy pronto al ataque y hasta á la injuria. Todavía estamos en los tiempos de esas polémicas en que el insulto se esgrimía como arma de acción contra el adversario. Las palabras ignorancia, error, superstición, mala fe, aparecen continuamente en el curso de las obras actuales de psicología como en los buenos tiempos en que Víctor Cousin y toda su escuela, pretendían que ellos solos sabían psicología y eran los únicos que tenían derecho á opinar sobre la esencia del alma. No faltan, de otro lado, los autores desdeñosos, al estilo de Augusto Comte, polemistas vaciados en peor molde todavía que los eclécticos, para quienes la ciencia se compone exclusivamente de unos cuantos postulados ó de unas cuantas fórmulas, generalmente inventadas por ellos, y dentro de las cuales es necesario encerrar todo el caudal de experiencia y de reflexión que el tiempo ha ido acumulando en el espíritu del hombre. Y aquellos infelices que se apartan de sus vistas, deben ser excluídos de todo rango científico y de toda consideración.
Así, si para muchos la psicología sigue siendo un tema que sólo bajo la inspiración de la palabra divina puede abordarse, para otros sólo debe resolverse mediante la posesión de secretos científicos que nadie, fuera de ellos, ha podido penetrar.
Pero que sea el alma el principio de la inteligencia ó que lo sea el neurón, que se haga psicología contemplándose á sí mismo en éxtasis budístico ó excitando las células nerviosas de un paciente con descargas eléctricas, siempre tiene que decirse algo malo del que disiente ó por lo menos ostentar su desprecio. No es esto decir que en el campo de la psicología falten los espíritus serenos, los hombres de ciencia en la verdadera acepción de la palabra, los doctrinarios originales y poseídos de la conciencia de su misión. Los nombres de Wundt, de Sully, de Ribot, de James, de Baldwin, de Sergi, de tantos otros vienen á nuestra mente para desmentir la exageración que pudieran encerrar mis palabras; pero también estos grandes maestros, sobre los cuales reposa hoy día todo el movimiento eficaz de la psicología, se resienten de parcialidad, de acritud y diremos hasta de fanatismo. Contentémonos con citar para prueba de nuestro aserto Le origini del fenomeni psichici del último de estos autores, la obra más original al mismo tiempo que de más trascendencia que haya producido la psicología contemporánea.
Por lo que toca á la manera cómo mantiene ó entiende mantener esas relaciones que hemos dicho la ligan con las demás ciencias, hay también mucho de desagradable que observar. Por lo pronto, se considera que toda intimidad con la filosofía es un atentado al espíritu científico de la actual psicología. Un odio enconado se guarda aún contra dicha disciplina, recordando sin cesar la violencia puesta en la ruptura que trajo por consecuencia la emancipación definitiva de esta última. Contra la metafísica, sobre todo, existe una prevención invencible; el epíteto de metafísico aplicado á un psicólogo representa hoy día una injuria tan grave como lo fue el de sofista, para los filósofos después de Sócrates.
De otro lado, á las ciencias naturales no se les rinde sino un homenaje de circunstancias. La ciencia de la vida puede ser una fuente de información para el psicólogo, cada vez que necesite comparar los fenómenos de nuestra intelectualidad con la de los animales; pero, fuera de ahí, rara vez se ve en los trabajos de psicología contemporánea establecer la absoluta subordinación de esta ciencia á la biología. La frase de Haeckel: «Considero á la psicología como una rama de la ciencia de la Naturaleza», y la de Huxley: «la psicología no es sino un capítulo de la biología», han sido olvidadas hasta de los más virulentos materialistas, por más que en nombre de estos grandes espíritus, juren todos ellos al proclamar que «el pensamiento no es sino una modalidad particular de la energía universal». ¿Y qué decir de aquella otra mitad que se empecina todavía en suponer al alma un huésped del cerebro, movido al compás suyo ó á pesar suyo, según el caso y según las circunstancias? Para esta mitad, el sistema nervioso representa un motivo de curiosidad, un serio asunto quizá, digno de meditación, pero no la clave de la vida mental como es en realidad.
Y no hablemos del distanciamiento cada día mayor en que vamos colocándonos de las matemáticas. Nos estamos olvidando que la disquisición racionalista ha ganado lo que ha ganado con Descartes, con Pascal, con Leibnitz, sólo por el aporte dialéctico que éstos trajeron de las matemáticas, y que la nueva psicología, la psicología experimental sobre todo, logró consolidarse al soplo exclusivo de esas mismas ciencias representadas por Wolff, por Exner y por Fechrier. Olvidamos todos, en fin, que la lógica no tiene otro horizonte, otro punto de escape para consolidar su autonomía científica que confundirse con las matemáticas, haciéndose un capítulo de ellas, como ya lo han tentado los ingleses desde Jevons hasta acá y lo están tentando en Francia, Poincaré, Couturat y tantos otros. La psicología ofrece así el singular ejemplo de una ciencia que se empeña en conspirar contra sus mas legítimos intereses por la falta de orden en su interior, por el fanatismo de sus cultores y la negligencia con que mira las ciencias tributarías de su progreso. Y por encima de todo, esta resistencia inveterada á hacer su síntesis, su corpus juris como tienen todas las ciencias, por más analíticas que sean.
Tal estado de cosas, que empieza ya á descorazonar á muchos grandes espíritus, como Spiller, por ejemplo, quien en su Mind of the Man niega en absoluto que la psicología contemporánea haya adelantado un solo paso en la vía de la resolución de los grandes problemas que le están encomendados, ó como Munsterberg, que en su reciente On the Witness Stand, declara á la psicología de laboratorio una práctica estéril y risible; tal estado de cosas, digo, que descorazona á diario á millares de neófitos y aleja del estudio de tan importante rama científica á igual numero de hombres sedientos de iniciarse en sus secretos, es la única causa de esta falta de rumbo, de esta anarquía de opiniones que se siente en la cátedra y que hace por todas partes infecunda la enseñanza de la psicología. El problema docente se confunde así con el problema metodológico en nuestra materia. Si no existiera éste no existiría tampoco aquél. Por eso he presentado los hechos como son, sin hacer previas consideraciones sobre el problema mismo de que me estoy ocupando, pues que de otra manera no resultaría tan clara su explicación ni tan fácil su resolución.
Que la cátedra siente la influencia del desorden existente en el campo de acción de la psicología, lo prueba la forma que se hace en todas partes la enseñanza. A la falta de uniformidad en los programas de estudio, se une la disparidad de los métodos de enseñanza, la restricción de los temas de observación y de experimentación y la personalización que da el maestro de sus doctrinas. Por más que éste se esfuerce en dar á la enseñanza una amplitud integral y un propósito desinteresado de todo dogma, la corriente de las cosas lo lleva á la especialización y al dogmatismo. Raro es el maestro que hoy pueda declararse independiente de todo vínculo de escuela ó abarcar todo el campo de la materia en su enseñanza. Unificar ésta, dándole el sello de verdad experimental y amplificar su horizonte hasta llevarlo á los confines remotos de su aplicación, es la obligación general del maestro; pero realizar tal programa es lo que á todos parece difícil, sino imposible. He ahí, en dos palabras, sintetizado el problema de que estamos tratando.
La resolución yo la encuentro fácil, sin embargo. Y es esto lo que me he propuesto demostrar, estableciendo en pocas palabras también la formula indicada para obtenerla.
Previamente, debo declarar que no creo que para lograr este fin, haya que tentarse la remoción de las causas que mantienen el ambiente científico en ese estado de anarquía que hemos descripto. Tal empresa además de ser impracticable en el momento actual, sería de un éxito muy tardío. Por otra parte, el ambiente científico se ha de modificar solo por el esfuerzo de la cátedra. La cátedra ha sufrido la influencia nefasta de este ambiente, es cierto, pero no está tan contaminada como para haber perdido la conciencia de su deber y la confianza en la eficacia de su acción correctiva. Al contrario; es de ella que parte la voz de alarma y la iniciativa salvadora.
Y esa iniciativa se pronuncia sobre la propia esfera de acción. Por eso es que debemos seguirla en sus tendencias, considerándola como la única solución factible. Modificar el ambiente de la cátedra es, pues, el remedio que debe oponerse al mal que se trata de curar.
Ahora bien ¿cómo vamos á formular este remedio y aplicarlo? Esa es la cuestión que deseo plantear y que, como repito, hallo perfectamente realizable. Por lo pronto, debemos establecer de una manera terminante, que el estudio de la psicología no puede en manera alguna abordarse, en ninguna escuela, sin la preparación previa del alumno en las materias que le sirven actualmente de base de sustentamiento. Estas materias son las llamadas ciencias naturales, teniendo como punto de iniciación la biología general y como amplificación la anatomía y la fisiología del sistema nervioso; del sistema nervioso del hombre en particular. El bachillerato en ciencias, es pues, indispensable para iniciarse en el estudio de la psicología, es decir, de la psicología científica, pues que toda otra psicología está excluida de nuestro programa. Para hacer psicología escolástica, ó psicología animista, como podríamos llamarla con mayor propiedad, no sólo no se necesita estar preparado en las materias indicadas sino que, al contrario, su conocimiento sería un obstáculo gravísimo para su estudio.
Si Santo Tomás, en la época clásica de aparición de esta escuela, ó Garnier, en nuestros tiempos, hubieran tenido en sus manos un cerebro, aunque fuera de batracio, no hubieran sostenido que, con sólo asignarle facultades al alma, se podían resolver los vastos problemas de la psicología en la forma que ellos han pretendido hacerlo.
Debemos, en seguida, poner á contribución los valiosos documentos que sobre la vida mental de los animales nos proporciona la abundante bibliografía existente sobre la materia y los no menos preciosos datos que la embriología general y comparada nos ofrece, sobre el desarrollo de los órganos en los cuales se hace hoy día asentar las llamadas funciones psíquicas. El método embriológico es una ayuda tan eficaz como sencilla para el cono cimiento de las funciones mentales del hombre; con él se abrevia y se aclara el estudio de la inteligencia humana, dándole además, un interés que solamente aplicándolo se puede valorar. Finalmente, una vez abordado en particular el estudio de las funciones mentales, debemos traer á cuentas las opiniones y doctrinas de los grandes autores que han ilustrado la materia, comparándolas entre sí y con las doctrinas actualmente sostenidas, para establecer el valor de estas últimas ó indicar por lo menos la evolución histórica sufrida en este punto por la psicología. Con esta fórmula didáctica se llenan dos indicaciones importantísimas: mostrar el progreso de la ciencia y fijar los límites en que se encierra una cuestión dada en el momento actual de la enseñanza.
Este método, que podemos llamar el método histórico, es de una aplicación vulgar en medicina y presta en ella incalculables servicios, pudiendo decirse que es á su generalización que debemos la incesante tendencia á la investigación experimental que caracteriza á aquella ciencia.
Ayudados, así, por estos dos poderosos medios de contralor científico, el evolutivo y el histórico, la enseñanza no puede menos que hacerse imparcial y por consiguiente, científica. Toda tendencia dogmática desaparece de la mente del maestro y por lo tanto del ambiente de la cátedra, colocándola á su verdadero nivel. Entonces el horizonte de la materia se ensancha por sí solo, haciendo necesaria la amplitud de la enseñanza. No es posible restringirse á un orden dado de fenómenos, como ocurre, en general, ni menos ceñirse á la coyunda de una escuela. Que el maestro tenga su dogma ó que el alumno se encamine en una vía definida de especialización, es cuestión que nadie podrá evitar; pero el uno y el otro al dogmatizar harán obra de cultor científico, no de sectario abyecto ó insubstancial.
El programa de un curso de psicología basado en este sistema será, así, completo y siempre de fecundas consecuencias. La experimentación psicológica ó la aplicación de la materia á una rama de estudio tributaria, se hará entonces sobre la base que debe sustentar á toda empresa de esta clase. En todo caso, estas tentativas tendrán por principio un objetivo al cual acompañará siempre un éxito feliz. Así estableció Claudio Bernard la enseñanza de la fisiología y sacó de la experimentación los frutos que hoy palpamos todos. La Introducción al estudio de la Medicina Experimental, la obra más genial quizá de este gran hombre de ciencia, debiera ser leída previamente por todo aquel que se lanza al campo de la investigación psicológica, sea maestro, sea discípulo. Ese es el evangelio de la ciencia hoy día, y la psicología no puede apartarse de él sin renegar del maestro que le dictó las reglas para el manejo del instrumental que sirve de base operatoria en sus laboratorios y del que le enseñó, por medio de la célebre experiencia del curare, cómo están ligadas la sensibilidad con la motilidad en el cuerpo del animal y cómo al mismo tiempo, pueden estas funciones desempeñarse con independencia la una de la otra, cuando el caso lo requiere.
En resumen, preparación previa antes de entrar al estudio de la psicología, conocimiento subsecuente de las materias que le sirven de fuente de información, conocimiento de la historia de la psicología, amplitud de miras en la investigación, sujeción á las reglas del método experimental en la práctica del mismo y, final mente, seguridad en los propósitos al aplicar la psicología al terreno de las demás ciencias; he ahí la fórmula de la enseñanza en psicología y con ella la solución del problema que ésta comporta.
No olvidemos, además, que la enorme bibliografía pseudocientífica que se elabora hoy día en el mundo es debida á la aceptación que tiene esta forma de literatura de parte de un vulgo ávido de materia nueva, fácil de asimilar y de repetir; y ya sabemos el papel nefasto que juega en la enseñanza de la psicología esta clase de obras. Describir en diez páginas el sistema nervioso y fundar toda una psicología fisiológica sobre los mezquinos elementos que allí se pueden dar, es engañará sabiendas al lector. Lo mismo significa exponer en una hoja la estructura del neurón y sobre ella fundar todo el funcionamiento del sistema nervioso.
Tanto al describir como al escribir, para ser sincero con el alumno, debemos emplear, en psicología, tanto tiempo en una explicación cuanto nos ha sido necesario para comprenderla nosotros mismos. Dejemos que la psicología siga siendo por mucho tiempo aun un terreno de chicana y de encono para quien haga obra de sectario; contentémonos á este respecto con condenar la obra relegándola al olvido. Pero cuando haya de por medio una misión docente, no permitamos á la mala fe ni al sectarismo entronizarse. La obra didáctica que se aparte de la vía científica debe, no ya condenarse con el silencio, sino combatirse directamente abriendo juicio claro y firme sobre ella.
Con tales elementos el tilde de metafísico no podrá jamás ser aplicado como injuria á un cultor de la psicología. Y que haga metafísica un psicólogo no constituye, por otra parte, ningún desdoro. Recordemos sino la frase celebre de Huxley, cuyo nombre he citado ya una vez; «En realidad, la tentativa de nutrir al espíritu humano con un régimen que no contenga algo de metafísica, es casi tan poco acertada como la de ciertos magos orientales que pretenden nutrir su cuerpo sin destruir parte alguna de la vida».
La metafísica es el escalón más elevado de las ciencias llamadas del hombre; á él vamos ascendiendo por la experiencia y por la reflexión, y no llegamos á poner el pie en él sino cuando hemos podido, con el auxilio de la psicología, descubrir, no el secreto del mecanismo que rige la vida mental, sino el profundo, impenetrable misterio que él encierra para nosotros.
Con esto, me permito declarar, sin temor de ser tachado de tránsfuga científico, que la psicología no excluye el estudio de la metafísica, ni menos que su conocimiento sea superfluo para el psicólogo que hace obra de investigación científica. Al contrario, así como no hay metafísica posible sin la plena posesión de los principios que enseña la psicología, no hay tampoco psicología posible que no tenga en la metafísica su punto terminal y su objetivo práctico de aplicación.
Y aquí termino, proponiendo hagamos del importante tema que tan someramente he podido tratar, un motivo de atenta preocupación en el curso de las fecundas tareas que está llamada á llenar la Sociedad que hoy inauguramos á cada uno el deber y el honor de aportar su contribución personal, fruto de su labor y de su experiencia en la cátedra, para la solución del problema que comporta la enseñanza de la materia
1. (Extracto de
lo publicado en Archivos de Psiquiatría,
Criminología y Ciencias Afines. Tomo VIII, p. 385-397, año 1909).
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