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El amor en los invertidos sexuales(1)

 

 

Ateniéndose á los relatos que hacen los invertidos sobre el caracter y las manifestaciones de su propia aberración el oyente se convence fácilmente de que están dotados de un "alma juvenil” y de que se les puede tener como modelos de exaltación pasional.

Bajo esta impresión, al imaginarse á uno de estos sujetos, se lo percibe rodeado de una atmósfera espesa de voluptuosidad, entregado ciegamente al juego de los instintos ó agitado por las estimulaciones más elevadas del amor. Es imposible concebirlos de otro modo. Mezcla alternante de sátiro y de erotómano, se les vé furiosos, excitados, presa de una sed inextinguible de placer, buscando sin cesar en que abrevar el deseo. Y si por casualidad se ha escuchado contar sus agitaciones infructuosas, sus desengaños, sus sufrimientos afectivos de todo género, esta silueta de héroe va tranformándose en la imágen del dolor, tomando el ambiente de vivacidad que antes la envolvía un colorido triste y tierno al mismo tiempo. Así la figura del invertido se impone no solo á la admiración del confidente crédulo, por el lado de su temperamento y de sus hechos, sino tambien á la piedad por el lado del sentimiento.

Pero, desgraciadamente para ellos, otro es el concepto que uno se forma de su alma y de su temperamento cuando en vez de tomar á lo serio su leyenda la toma por lo que es, es decir, por la invención de un delirante. Toda esa personalidad femenil que dice poseer, empieza por resultar una grotesca fantasía, y toda esa exaltación, esos impulsos pasionales y hasta las aventuras que se complace en pintar, el producto mas genuino de la imaginación. Eso no es decir que el invertido sea un mistificador, ni mucho menos un mistificador de mala fé. Él siente lo que dice y crée en todo lo que cuenta; por lo bajo, á fuerza de contarlo, ha llegado á convencerse de su realidad. La sinceridad de su relato es idéntica á la de cualquier otro delirante.

Negársela sería negarle al místico, al megalómano ó al perseguido su ingenuidad ó su buena fé. El invertido se ha forjado un afeminamiento que no existe, ni puede existir, al mismo título que el místico se ha figurado ser un santo, sin serlo, el megalómano un magnate y el perseguido una víctima; las historias que él nos refiere, dependientes tan directamente de la idea primordial de su delirio como las de aquellos, ofrecen el mismo valor en cuanto á este carácter. A ése respecto nada hay que observar. Lo que queremos significar es simplemente que debajo de todo ese aparato imaginativo con que se decora no hay nada, absolutamente nada, que valga la pena de ser considerado como exaltación. Entre la ampulosidad del delirio y la realidad de los hechos hay un abismo inmenso, que la personalidad mórbida no es capaz de llenar, aun queriendo llevar las cosas al extremo, porque no cuenta con los medios para hacerlo.

Esa personalidad mórbida es, en efecto, una entidad poco activa en si misma. Todo lo que ella hace es transformar las imágenes eróticas que el ambiente exterior o sus propias sugestiones somáticas le comunican aumentando en magnitud o en intensidad segun las circunstancias; pero exteriorizarse en actividad, como el sujeto pretende, materializarse en la práctica, en una palabra, eso no le es permitido. No hay mas que fijarse un poco en el carácter general que reviste su delirio, analizar los elementos que predominan en él para comprender todo lo pasivo que es en sí. Empieza por abrazar un campo inmenso de acción; esa multiplicidad de escenas que comporta su historia se pasan en un mundo polimorfo por no decir que en todos los mundos conocidos por el sujeto y en todas las esferas sociales. Después, sus personages, víctimas ó seductores, siendo tan múltiples son al mismo tiempo vagos, indefinidos y hasta idénticos entre sí; cuando se conoce uno se conocen todos los demás. Finalmente, todo lo que el sujeto se propone demostrar en el curso del relato es que hubo movimiento en la escena, empezando por él naturalmente, que se luchó, se hizo ruido, se venció ó se perdió, segun el caso, pero todo con agitación, con cierto estrépito y hasta con escándalo. Por pasión, si uno se fija, entiende la impulsión, por obstinación la obsesión de una persona Ó de un hecho, y por amor, en el sentido sensual de la palabra, lo que sus tendencias innatas, normales o anormales le pueden permitir hacer. Es indudable que el invertido dispone de energías y se hace sentir con harta cargosidad en su derredor. Pero sus actos son simples, absurdos, llenos de detalles infantiles y ridículos, antes que grandes, heróicos como ellos los pintan. Sus amores están llenos de accidentes policiales ó de qui-pro-quo, no porque merezcan la pena sino por lo absurdos que son. Y los desengaños de que se quejan, si es que existen, no son los resultados del abandono ó la deslealtad sino de la fatiga ó del hastío que inspiran con sus infelices exigencias y sus ineptitudes. Todos ellos se caracterizan por la extravagancia y la niñería; son el escarnio de sus servidores y hasta de los mismos amigos. A este respecto las observaciones publicadas en otros números dicen lo bastante para no tener que insistir sobre el particular. De esas observaciones se desprende igualmente lo agitado que vive un delirante de estos, en movimiento continuo dentro del medio de su figuración, buscando mostrarse, conversar y tratando de satisfacer en lo posible los deseos de contacto homo-sexual. Esa es la vida del invertido; á eso le llama aventuras, como á la perversión de sus instintos le llama actos de «sensualidad femenina», á la lascivia de un contacto pederasta «ninfomanía"», al esfuerzo de enganchar un sujeto «camote amoroso» y así el resto.

¿De qué proviene, sin embargo, esta contradicción entre el carácter pasivo de su delirio y la actividad desenfrenada que finge ó se propone fingir en sus actos eróticos y en sus historias? Es fácil saberlo. La idea que el invertido se ha formado de la feminilidad es una idea de ardor, de celo, de arrebato amoroso. La mujer para él es casi una fiera, es calor, corriendo en busca de la satisfacción de deseos apremiantes. Todos los tipos que adoptan por modelo están calcados sobre el de la cortesana, procurando copiar su espíritu de intriga, la propensión á la aventura, el gusto al accidente dramático, ó, en fin de cuentas, sobre el de la meretriz, de quien no solo reproducen la actitud provocante, la infatigable actividad en el trabajo profesional, sino el espíritu eminentemente interesado. Raramente, como á «Aida», se les ocurre elegir un modelo de sencillez ó de virtud. Después, alrededor de la idea que sirve de base al delirio, es decir, de la transformación sexual, se agrupan todas las imágenes que la mente ya alterada va recogiendo en el ambiente en que entra y que son como nuevos refuerzos que recibe la concepción inicial. El ambiente obra de tal manera sobre la imaginación del sujeto que puede decirse que es el factor determinante del delirio y el que al mismo tiempo lo entretiene y conserva. Las tentativas contra-naturales, el ejemplo y las sugestiones indirectas que a título de broma corriente se reciben con insistencia desde el colegio hasta el cuartel y desde el cuartel hasta la vejez, es lo que decide á definir, cuando no á hacer estallar la psicosis en estos sujetos; con mayor razón, pueden mas tarde, cuando el interesado los va á buscar expresamente, recibiéndolas á diario si á mano viene, influir estas estimulaciones sobre su espíritu. Y no hay que desconocer, que, al fin, si el papel de mujer tiene que jugarse con éxito hay que procurar ciertos atractivos que inspiren la ilusión buscada; la voluptuosidad verbal es ya un aliciente y el aire ardiente, inflamado, que toman, una provocación imposible de despreciar. La necesidad de llevar á la práctica la satisfacción de estas tendencias mentales contribuye, pues, en buena parte, á crear este aparato imaginativo que oculta el verdadero grado de la fisonomía del invertido.

 

[…]

 

Hay, pues, una voluptuosidad de préstamo que viene á dar vida á la que surje de la psicosis, confundiéndose con ella frecuentemente. En todo caso lo único de real, de positivo, que tiene la actividad sexual del invertido es la energía que le puede transmitir el fondo orgánico de su cuerpo, de ese cuerpo que él dice odiar porque traiciona su alma y se opone a la expansión completa de sus deseos. Ese fondo orgánico, por sus desórdenes y por su malformación, es el que ha presidido, por otra parte, á la formación del tipo exótico elegido por el interesado al entrar en delirio; él es quien mantiene la vivacidad de ese tipo y quien decide de la actitud que ha de observar en todas las circunstancias que se muestra. Toda su lubricidad práctica no depende, pues, sino de eso. Las iniciativas que tome no tienen por fin apremiante sino la satisfacción las exigencias que le impone. Por lo demás, es un ser pasivo como lo es su delirio. Observémoslo de más cerca, en lo que puede llamarse su vida práctica para medir la verdadera situación. De paso conoceremos los detalles más importantes de la intimidad amorosa.

Consecuente con la idea central de su delirio, todo su afan al solicitar los favores de un hombre es probarle su feminilidad. Para provocar esa ilusión se rodea de todo el atavío posible de mujer, vistiéndose como ella, cuando puede ó cuando sabe, y ensayando toda serie de excitaciones que supone tengan algún carácter femenino. Después se da plenamente al capricho del amante, con cuya satisfacción gozan más que con la que con la que les puede procurar su propia estimulación genésica, puesta á contribución muy á menudo. El pobre no sabe que todo su trabajo empleado en provocar la ilusión de mujer es tiempo perdido para el fin que se propone, pues para el tal amante que es siempre un pederasta activo más o menos habitual, se le importa muy poco encontrar alicientes de esta especie en su cómplice; lo que él busca es la satisfacción brutal de su deseo, sea cual sea el medio puesto en practica. Pero así procede el invertido porque se lo exige su delirio; si no creyera que es la femenilidad lo que decide á las víctimas á aproximársele, su situación sería la de un vulgar pederasta pasivo o quizá no fuera nada, ni invertido ni pederasta. En mérito á esa idea lo vemos jugar una verdadera pantomima voluptuosa en que la coquetería y la sensualidad tratan de disputarse la palma, de la cual al fin y al cabo lo que resulta como epílogo es un acto de sodomía.

Porque ese es el fondo, ó por mejor decir el destino que le caben á todas estas andanzas en que se meten nuestros personajes. Si realmente observan ese papel pasivo de que hablamos, si se entregan de lleno al cómplice que eligen y se dedican exclusivamente a hacerlo gozar, lo único que obtienen en pago de su complacencia es la sodomización. En balde protestan la mayor parte de entre ellos que el hecho les repugna que les daña; en balde niegan muchos su participación en estos actos, eso es lo que ocurre y nada más. La leyenda moderna ha querido levantar el estigma secular que pesaba sobre ellos de sodomitas pasivos; eso son, en fin de cuentas, por su gusto ó contra su gusto.

Fuera del aparato escénico, el acto en sí se produce entre esta gente sin mayor diferencia que entre pederastas patentados. Lo único especial serían las actitudes que toman y que reflejan todas las idea de imitar á la mujer. Un viejo invertido había llegado, según él, á imitar veinte. Es también interesante saber que algunos no pueden fingir su papel de mujer sino están vestidos con ciertas prendas femeninas. Un adolescente recién entrado á la inversión y que se ha adornado con el nombre de «Darclée», no puede entregarse á la escena sin su peluca y su camisa de mujer. Son detalles estos, que francamente complace poco contar; desgraciadamente no nos es dado referirlos en latín, como lo hacían los autores que iniciaron esta clase de estudios. Con ese recurso podríamos profundizar mayormente el desagradable tema que por necesidad tenemos que tocar.

Sin embargo, el capítulo que hemos abierto para encerrar en conjunto todas estas miserias mórbidas, no puede quedar cerrado sin hablar de todas las otras expresiones que toma el amor en los invertidos. Hemos dejado reducido á su verdadero carácter el fondo de sus tendencias delirantes derivándolas directamente de la idea fundamental de la psicosis, asignándoles un fin puramente pasivo, pero falta analizar aún otra faz de la sexualidad de estos sujetos, que contribuirá á aclarar muchas confusiones existentes.

Nos referimos á la manifestación de esas tendencias innatas ya mencionadas, nacidas del sexo real del individuo, que, influyendo ó no en el origen y evolución de la psicosis, buscan fraguarse paso al través de la mentalidad alterada. Esas tendencias pueden ser de dos órdenes: normales, es decir, francamente viriles, ó anómalas, esto es, de índole aberrativa. Ambas pueden entremezclarse con las tendencias de fondo delirante y aún confundirse con ellas, pero por lo general son sólo las segundas las que buscan intimar con aquellas.

Empecemos por ellas en razón de la afinidad que las une con las expresadas. La frecuencia con que se observan en estos sujetos las hace, por otra parte, más interesantes que las primeras. Es raro, en efecto, que no se noten aquí en alguna forma visible, explicándose fácilmente su presencia por el hecho de ser, en general, el invertido un degenerado congénito. Se sabe cuán comúnmente el sentido genésico está afectado en la degeneración, al punto de ser esta alteración uno de sus estigmas predominantes, casi infalible. No pasaremos en revista sino dos ó tres de las más comunes para evitar el hastío.

Una muy importante es esa que hacía llamar, a ciertos pederastas antiguos, fellatores. Esta tendencia reviste más que ninguna otra el carácter impulsivo y llena en ciertos sujetos la vida sexual por así decir. La furia con que se libran al acto es además característico de los invertidos, constituyendo un peligro para las víctimas que consiguen someter. Es entre los niños que generalmente hacen su presa, tomándolos por fuerza algunas veces. Así los procesos que se les instaura por esta causa son comunes, sin que sepan siempre los padres o los jueces explicarse bien claramente la índole del atentado, pues estos avances sobre criaturas aparentan por lo regular cierto carácter de violación.

Un caso, entre muchos que podría citar de invertidos fellatores, ofrece especial interés por la forma que revestía y el teatro en que se desenvuelve la escena. En un colegio particular de esta capital, que gozaba de gran reputación ha quince anos, y donde han hecho su educación secundaria muchos amigos míos que son los que me han referido el hecho, había un celador que adolecía de este vicio. Este sujeto, valiéndose de medios suaves empezó por seducirá sus fines especiales aquellos alumnos que le parecían más complacientes. Varias veces fue sorprendido en este acto por otros alumnos agenos al hecho, pero no fué denunciado por consideración á su cargo. Esta discreción general fué tomada por él como un estímulo, y como se le hicieran alusiones abiertas al respecto, llegó á creer que le era permitido dejar de lado todo recato. Al fin, era tan corriente su acción, que en plena clase, buscando un amparo conveniente, llenaba su tendencia sin reparar mayormente. El hecho tomó, por último, un carácter tan universal en el establecimiento que por simple curiosidad los alumnos iban á hacerse succionar por el infeliz celador, concluyendo por ser expulsado á pedido de algunos de los mismos alumnos.

Entre estos invertidos hay una clase particular que llevan su aberración al extremo de absorber las pérdidas que ocasionan. Podríamos llamarlos sin inconveniente espermófagos.

Otra aberración especial digna de nota es la que consiste en la excitación genésica ante la vista de un objeto emblemático de virilidad y con mayor razón de un órgano vivo, real. Es una forma de fetiquismo muy particular que provoca impulsos violentos, la masturbación en unos casos, la tendencia á tocar ó poseer el objeto en otros. A esta última categoría pertenecen esos sujetos que suelen encontrarse en la plataforma de los tramways o en las reuniones numerosas buscando tocar los órganos viriles de los que están en la vecindad. Estos sujetos, cuyas pretensiones singulares causan escándalos espantosos á veces, no van por lo general á estas reuniones con el fin expreso de buscar aventuras, como erróneamente se les imputa al arrestarlos; generalmente se encontraban entre la muchedumbre cuando el contacto involuntario, la presión ó la vista les hizo recordar la tendencia. Pero entonces, una vez sentada la primera impresión, el sujeto pierde el freno y empieza á tantear por todos lados para ver donde posar su mano sin cuidarse de las consecuencias que pueden sobrevenir. Algunos llegan hasta la prehensión dolorosa del miembro, pero por lo común se contentan con el manoseo. Es de suponer lo cómico de estos incidentes donde quiera que ocurran, en la plataforma del tramway, en una manifestación pública ó en las apreturas de iglesias; pero no es para reir la situación en que se encuentra el actor cuando, después de sorprendido, es entregado a la Policía; muchas veces los mismos que han provocado el incidente se ven obligados á pedir gracia para el pobre sujeto; tanta lástima inspira.

Excitados ó abatidos, según hayan podido ó no satisfacer á gusto su deseo, toman ese aire extraño del delirante en plena crísis, sufriendo impasibles los golpes y las injurias verbales que se les dirige de todas partes. Son tan característicos estos tipos que debería fabricarse un nombre especial para ellos.

Un tercer órden de aberraciones frecuentes en los invertidos, es aquella que se conoce con el nombre de masoquismo. Muchos de estos sujetos hablan, con cierto deleite extraño, de los estrujamientos y de las brusquedades que reciben de sus amantes; esos representaban un grado elemental de esta aberración. La excitación y el goce genésico –cuando pueden sentirlo– no se produce en ellos sino mediante las excitaciones de un trato desconsiderado. En otros hay necesidad de excitaciones dolorosas mas activas: cosquilleo, golpes, injurias y hasta la emisión de sangre. Recuerdo el caso de un joven estudiante, invertido discreto, en quien los condiscípulos reconocieron que el cosquilleo producido aun sin intenciones sodomitas por parte de estos, lo excitaba hasta hacerlo eyacular. El interesado se dejaba andar cuando los actores le agradaban y confesaba sin rodeos el mal de que adolecía. Sé también de un invertido, que no ha perdido aun su buena posición social, que cuando anda en busca de «amante», de noche habitualmente, trata para iniciar su cometido de armar querella con él á fin de disgustarse, recibir algunos golpes ó sufrir una humillación. Le pasa á veces que en estos preparativos, la Policía interviene é interrumpe el sainete, llevando presos á los actores. No contamos aquellos casos en los cuales la sodomía entra mente como objetivo del contacto homo-sexual. Esto es comun y constituye todo un grupo etiológico en el cual esta tendencia juega el papel de factor determinante para la inversión. No contamos tampoco los casos en que existen esas pequeñas aberraciones, frustras por así decir, que, constantes ó nó, complican la fisonomía del invertido. Basta con las mencionadas para dar idea de su frecuencia y de su carácter.

El rasgo general que las distingue á todas es su anormalidad y la forma impulsiva de manifestarse. Todas las aberraciones sexuales conocidas y descritas por los autores pueden notarse aquí, con mas algunas que no han merecido todavía el honor de ser inscritas en la larga serie de esta nomenclatura. Lo que importa tener en cuenta es que todas ellas, de índole homo-sexual ó nó, son independientes del fondo mental del sujeto, si bien complican en un grado mas ó menos grande su delirio.

Veamos ahora, para concluir, la forma en que se satisfacen las tendencias netamente viriles de los invertidos. Hemos dicho, hace un instante, que ellas eran menos frecuentes que las de orden alternativo: pero eso no significa que sean raras. El impotente ó el pseudo-impotente (pervertido sexual) no es el único que se convierte en invertido, ni su proporción es tan considerable que llena todo el cuadro de la inversión. Hay invertido, en efecto, que, habiendo nacido con una constitución genésica normal, conserva sus tendencias correspondientes. En ellos dichas tendencias aparecen, es cierto, como en los eunucos castrados después de la pubertad, bajo una forma atenuada, pero no por eso son menos completas y regulares. Cuando ellas se hacen sentir su satisfacción se impone de un modo u otro, ya sea buscando la mujer o procediendo á apagarlas en el contacto homo-sexual. Eso explica la singular contradicción que ofrecen algunos sujetos que son invertidos y al mismo tiempo frecuentan mujer, ya sea que la encuentren ocasionalmente ó que la tengan de fijo. Hay ejemplos de invertidos casados que continúan haciendo vida marital y procreando. Nuestros dos casos de casados desmienten sin embargo el hecho, pero no constituyen la regla absoluta.

La presencia de estas tendencias explica también los casos en que se acoplan momentáneamente á un tiempo dos invertidos y las propensiones que tienen algunos á hacer papel de hombres en medio de sus devaneos homo-sexuales. A estos tipos, el azote de los invertidos, les ha dado el título sugestivo de maricas machos (1). La mayor parte de estos que sienten veleidades viriles proceden así, pero otros se masturban ó se hacen masturbar, ya por los congéneres, ya por los amantes, durante el contacto homo-sexual. Hay toda una clase especial que se distingue en el gremio con el nombre de tortilleras (!) que buscan el placer venéreo por medio del frotamiento cuerpo a cuerpo las partes homólogas, imitación de lo que hacen las mujeres invertidas en semejantes casos. De ahí su nombre, según parece.

Pero estas tendencias viriles, sea dicho para poner punto final al asunto son generalmente fugaces ó se van atenuando poco á poco hasta desaparecer del todo. El delirio homo-sexual las va suplantando á medida que las suyas se hacen mas vivaces, o las desvirtúa como puede, fundiéndolas ó no en las aberraciones existentes. Estas últimas se van también esfumando con el tiempo hasta perder lo que tienen de representación orgánica. La pasividad del delirio, llega á ese extremo y entonces no queda sino esa imaginación de que hemos hablado, que es la base y el armazón de todo el aparato homo-sexual del invertido n

 

 

 

1. Extracto de lo publicado en Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines. Tomo II, p. 333-341, año 1903).