Segunda parte
Selección de textos
Principios de ideología
abstractiva que comprenden
la metafísica
Juan Manuel Fernández de Agüero
La
selección de fragmentos que aquí se presentan ha sido extraída de la edición
preparada por Zamudio Silva (Principios de Ideología,
Bs. As., Facultad de Filosofía y Letras,
Instituto de Filosofía, 1940).
En
la misma se respetan los títulos y parágrafos de la edición de 1826; también
se indica, en el Sumario la paginación de esa edición original.
Nota del Editor.
En los textos de esta sección ha sido respetada la ortografía original.
Introducción
Idea
de la metafísica: estravío de las luces y de la moral: su restauración desde
Bacon
Pienso, luego existo. Va para dos centurias que el célebre Descartes sentó este principio como el primero de todas las ciencias humanas. Si es el primero en un sentido por ser el que inmediatamente ocurre al ser mismo cogitante, lo es también en el nuestro no sólo por eso, sino igualmente por ser la base fundamental donde reposa toda certidumbre y toda ciencia, especialmente la metafísica moderna. El metafísico de estos tiempos no es ya un hombre que á merced de cuatro principios abstractos é inconexos divaga eternamente en el vacío de su imaginación haciendo aplicación de teorías fantásticas á la física y á la moral. Al contrario: sentado este como un hecho indubitable aun a los mismos pirrónicos, lo analiza y examina, y halla envueltos en él todas las facultades intelectuales y afectivas del hombre.
2. De donde resulta que la metafísica, lejos de ser una ciencia puramente abstracta como algunos la han tratado y otros la han creído, no es propiamente sino una ciencia abstractiva que con el auxilio de la fisiología constituye el estudio físico y moral del individuo hombre. Sabemos los muchos estravíos y retardación de luces que ha causado cultivada en aquel sentido, y no dudamos que cultivada en este otro recobrará el crédito que justamente había perdido por su falta de cooperación á la ilustración y bien estar del género humano.
3. Es ciertamente un grande y bello pensamiento el de considerar todas las ciencias y las artes como un conjunto ó un todo indivisible, ó ligadas como las ramas de un mismo tronco por un origen común; y aún mas estrechamente enlazadas por el fruto que están todas destinadas á producir, la perfección y felicidad del hombre. No se escapó este pensamiento á los antiguos que hacían entrar en el estudio de la sabiduría todas las partes de las ciencias. ¿Y acaso cultivaban las artes solamente por el placer ó recursos directos que puede sacar de ellas quien las profesa? ¿No era también porque las miraban como necesarias al conocimiento del hombre y de la naturaleza, y su manipulación como medio á propósito para obrar sobre uno y otra con un poder ingente?
4. Mas ya en el cuarto siglo del cristianismo no había quedado rastro del buen sentido en el culto de las ciencias. La historia de Licinio, que en su principio tenía el imperio de oriente al mismo tiempo que Costantino el de occidente, sería suficiente prueba si la de este no ofreciese observaciones más inequívocas para convencer que desde entonces viene el estravío de las luces y de la moral tan cultivadas por los filósofos de los siglos precedentes. Toda la industria moral y política de aquel monstruo estaba reducida á perseguir inhumanamente á los cristianos; las ciencias de su boca no recibían sino el indecoroso título de peste pública. ¡Infelices pueblos donde la antorcha de la filosofía no preside á sus destinos! Licinio era un hombre sin educación, hijo de un labrador y criado en el campo. ¿Qué estraño es pues que mostrase sentimientos tan bajos, tan contrarios á la buena razón, y á la humanidad y cultura? Es sí incomprensible el grado de ignorancia é imbecilidad á que habían llegado el país de Aristóteles, de Platón, de Demóstenes, de Temístocles... para sufrir tanto descrédito.
S. Constantino no fué tan ignorante: pero si mereció el título de grande, fué sin duda no por su saber y política, sino por su tolerancia y por la protección dispensada á los cristianos. Para libertar á los de oriente de la persecución de Licinio su cuñado, lo fué á buscar con un ejército; lo derrotó, lo deshizo, lo concluyó; y reunido el imperio en su persona tuvo la ocasión más bella para unir la moral filosófica á la religión de los cristianos según el espíritu del divino autor. ¿Y por qué no la aprovechó? La respuesta es clara: porque un hombre elevado á la alta dignidad de emperador que hace quitar la vida á su hijo Crispo por la simple denuncia de la madrastra emperatriz de haberla atacado en su pudor; y que á la vez la quita á esta para vengar la de aquel inocente, parece haber ignorado igualmente la filosofía de Jesucristo que la de Sócrates, la de Cicerón, la de Séneca y la de Confusio.
6. La ruidosa conversión de Constantino al cristianismo parece por de contado haber sido implicada también en opiniones teológicas y en tradiciones mezcladas con ideas del gentilismo que motivaron la convocación del concilio de Nicéa. Lo cierto es que él convocó aquella asamblea de obispos é intervino en ella con su presencia y autoridad. No tiene duda tampoco que estos estuvieron discordes sobre el punto principal en decisión, y que su diferente modo de interpretar ha sido objeto de la teología abstracta de los escolásticos con menoscabo de la moral y del estudio del hombre:
7. Empero ¿qué deducimos de estas observaciones? Ya lo hemos indicado arriba y lo vamos á ver. La conversión de Constantino dió un crédito estraordinario al culto esterior de los cristianos. Sus erogaciones inmensas para la construcción y dotación de iglesias y ministros crearon un lujo de entusiasmo y de devoción falsa, perjudicial á la industria, á la labor, y al fomento de las fortunas privadas y públicas(1).
Y lo que peor es, su deferencia recíproca con el obispo de Roma dió á este una influencia estraordinaria sobre los demás obispos: quienes ó por adulación ó por política ó por necesidad de tener un apoyo cerca del emperador, empezaron á dirigirse á él en algunos casos y á mirarle en un grado incompetente de superioridad.
8. Con esto, con la translación de la silla imperial á Costantinopla, y con la ambición que empezó á desplegarse en la antigua capital del imperio subrogándole el título de capital del cristianismo para lisonjear con un compensativo á los romanos, se fueron preparando las cosas de tal manera que con las donaciones ó al menos ingerencias de Pepino y Carlomagno se vió levantado en el centro de Italia un poder papal contrario al espíritu del evangelio. No tardó en hacer temblar á los emperadores y á los reyes, igualmente que á los obispos; y la consecuencia inmediata de las estraordinarias adquisiciones del obispo de Roma fué la desmoralización universal y la ignorancia.
9. Jesucristo estableció una religión espiritual o más bien declaró lo que existía y debe existir en el corazón del hombre. Ella consiste en un amor racional, fuerte y cordial al autor de nuestra existencia, y en un amor á nuestros semejantes como el de nosotros mismos. Esta es la semilla de todas las virtudes privadas y públicas: esta la sembrada por los apóstoles y cultivada por los fieles de los tres primeros siglos: esta la que no desconoce ningún filósofo del mundo que se glorie de este título: y esta en fin la que debe fecundar en el corazón de todo sectario para darse á partido con los demás, renunciando á cultos caprichosos introducidos por la fuerza del fanatismo, del interés y de la espada. ¡Pero cuanto se separaron de esta senda los obispos de Roma desde que se vieron en la posición resbalosa debida á las liberalidades de los mismos príncipes!
10. La religión espiritual se ha vuelto grosera y material: el culto de amor tan recomendado por el legislador divino, se ha convertido en culto de terror por los humanos legisladores: la sencillez plausible de los primeros fieles ha venido á parar desde aquella época en un boato incompatible con las máximas mismas de la religión que se quiere ostentar: y los maestros mismos de la moral, hechos árbitros de los espíritus tímidos á ignorantes, los han conducido por otras que están en perfecta consonancia con las miras del poder papal levantado por Constantino, Pepino y Carlomagno: miras ciertamente que la esperiencia ha mostrado cuan en oposición están á la prosperidad de los pueblos, seguridad de los tronos, y estabilidad de la moral evangélica y filosófica.
11. El árbol malo no puede dar buen fruto. Por eso es que de elementos tan heterogéneos como el poder espiritual y temporal no podían resultar sino frutos heterogéneos: el cisma de los griegos y el de los protestantes fueron consecuencias, aunque en diversas épocas y por diversos motivos, de aquella autoridad teocrática-política acumulada en el obispo de Roma por principios tan sospechosos como incompetentes. Emperadores y reyes se vieron caer dé su trono desde el siglo octavo por un grito de rebelión lanzado sobre las conciencias de los respectivos súbditos por aquellos mismos pontífices que debieran exhortarlos con la doctrina de san Pablo, y cooperar á la obediencia debida a las potestades constituídas. Lanzado, digo, por aquellos mismos pontífices cuyos predecesores, elegidos por el clero y el pueblo unidos, como era de costumbre general, habían tenido después de la translación de la silla imperial á Constantinopla la de pedir su consentimiento al emperador para hacer consagrados por uno de los eligentes ó de la comarca.
12. Quien quiera pruebas más decisivas de la desmoralización é ignorancia introducidas y propagadas en el mundo por las causas que indicamos, lea con imparcialidad la historia del papado: él deducirá verdades muy curiosas é importantes, y al mismo tiempo se pondrá en estado de formar su juicio sobre la materia arreglado á principios de crítica. Entre tanto nadie debe llevar á mal que nos produzcamos con interés y franqueza. Estamos encargados de fijar los principios de una ideología abstractiva hasta ahora no cultivada: y como en nuestro plan entra muy principalmente la parte moral, seríamos responsables á la posteridad si no subiésemos al conocimiento de la causa que cortó el hilo de la enseñada por Jesucristo y otros filósofos.
13. Por lo que puede conducir á la ilustración de los jóvenes que nos están encomendados, y á la despreocupación de algunos amargos detractores que so pretesto de piedad nos quieren desacreditar, y nos desean las cárceles y hogueras inquisitoriales con que la religión y la moral del siglo XVII quiso sofocar la doctrina filosófica de dos católicos acreditados, Galileo y Descartes, les pondremos á la vista dos hechos de la corte de Roma que dan por tierra con el prestigio de todos los ilusos. Ellos ofrecen materia a útiles y fecundas reflexiones, al paso que confirman nuestro juicio de que la conversión de Constantino al cristianismo trastornó la moral de los cristianos, porque fué ocasión ó autor de que los obispos de la capital del imperio optasen á una supremacía de jurisdicción estraordinaria; y esta adquirida, al dominio universal del mundo científico, moral y político.
14. Los dos hechos son muy notables; y en la posición actual de la América no deben estar olvidados entre el polvo. ¡Qué contraste! ¡El papa Vigilio en el siglo VI condenando con pena de escomunión mayor, ligante de hecho, la opinión que sostenía la existencia de los antípodas; y el papa Alejandro VI en el siglo XV con la misma autoridad infalible de Vigilio, pero acumulada ya con la de dar y quitar imperios, concediendo el dominio de las regiones habitadas por esos mismos antípodas á los reyes católicos de España, que las acababan de descubrir por medio del intrépido Cristobal Colón aunque con desprecio de las censuras de Vigilio reiteradas por algunos sucesores!!! ¿Qué insensato se atreverá ahora a negar la infalibilidad del obispo de Roma? ¿Quien podrá disputarle la facultad de ceder imperios? ¿Cómo se atreve la América á separarse de la corona de Castilla? ¿No teme un rayo del Vaticano?
15. Pero no culpemos á los obispos de Roma de los estravíos que ha sufrido en sus manos la moral y el espíritu del evangelio: esa moral á que es mucho más conforme la de los filósofos que habían sostenido la existencia de los antípodas que las de los papas todos que con semejantes anatemas y cesiones han administrado la silla de san Pedro después de la conversión de Constantino. Culpemos pues las circunstancias con que esta fué acompañada, y a que no pudo resistirse la candidez de un Silvestre. Conversión de un emperador, conversión de su corte, conversión de todo el imperio menos por entonces los paganos; y conversión también de las habitudes del gentilismo, porque estas no pudieron mudar en poco tiempo; y aún debemos creer que en órden de cultos y á ritos tendremos más de ellas que de las transmitidas por los primeros fieles. Así es que san Silvestre se vió en la dura alternativa, ó de no aceptar la conversión de Constantino ó de aceptarla en el modo y circunstancias con que se presentaba. En el primer caso, aún suponiendo al emperador tan dócil que sufriese su repulsa, habría sido mal mirado por el común de los fieles. En el segundo, adoptando hasta las vestiduras pontificias de este, nos ha dejado un culto más parecido al de los gentiles que al encomendado por el divino maestro; ya sea mirando por su mera esterioridad, ya por su brillo, lujo y ostentación femenil y teatral.
16. Creció este inconveniente conforme se fué introduciendo el de las imágenes y multiplicando el catálogo de los santos. Contribuyó también á él la nueva actitud que tomaron los obispos de Roma, sustraídos de la autoridad de los emperadores griegos con el principado temporal debido á los reyes de Francia. ¿Y contribuyó poco el tráfico de gracias y de indulgencias introducidas después por aquella corte, afectándolas mañosamente á ciertos santuarios... y fiando su sostenimiento á unos enjambres de familias patriarcales diseminadas por el orden cristiano con el título é investidura de escuadrones del papa?
17. ¡Genios encargados del destino de los pueblos! un héroe estraordinario un emperador C.A.R. emprendió con buen suceso hacia fines del siglo XVIII poner un dique a tanto germen y redundancia de desmoralización en sus estados. Poniendo la filosofía al frente de la religión, sin intervención alguna de poder estravíos reparó en parte los estravíos del siglo IV y siguientes. No perdais de vista las reformas practicadas por el célebre José 11 de Alemania hace ya cuarenta años: á su ejemplo tal vez provoquéis el zelo del obispo de Roma y lo veais acercarse á vuestras personas á ejercer la supremacía de autoridad que el sabio Pío VI fundaba solo en el derecho de costumbre, cuando se acercó á aquel emperador sin otro fruto, puede decirse, que el de proporcionarle la ocasión de prosternarse á sus pies en señal de respeto. Vuestra situación es más ventajosa, y os provoca á hacer la suerte del género humano restableciendo el curso de las luces y las bases de la moral pública trastornadas desde la conversión de Constantino.
18. Por poco que se observe se verá que desde aquella época la administración del culto ha absorvido más cuidados incomparablemente y más gastos que el auxilio de la viuda, del huérfano, del manco, y del tullido, en cuya protección quiere Jesucristo que brille nuestro espíritu religioso así como brillaba el de los fieles de los tres primeros siglos. A esto deben dirigirse todos nuestros esfuerzos: nuestra felicidad nunca será completa si no cooperamos á la de nuestros semejantes. Es preciso pues retrogradar á aquellos tiempos, y concentrar nuestras investigaciones como los filósofos antiguos en las del hombre físico y moral. No nos acordemos ya de los estravíos á donde ha conducido el cultivo de una metafísica abstracta con subordinación á una teología ininteligible sino para evitarlos.
19. Bacon, libre del despotismo inquisitorial de Roma aunque no de persecuciones, anduvo el primero esta carrera. Se presentó inpertérrito y de sorpresa en medio de las tinieblas y de los gritos descomedidos de la escuela, á abrir una nueva ruta al espíritu humano; é indicando nuevos medios de descubrir los secretos de la naturaleza se ocupó particularmente de la física animal. Otro tanto puede decirse de Descartes. No hubiera hecho Locke tantos progresos en la filosofía racional, si no hubiera estudiado al hombre físico. El estudio pues del hombre físico en cuanto tiene relación con la ideología abstractiva entra como de necesidad en nuestro tratado. Dos secciones subdivididas en capítulos conforme lo exija la claridad, comprenderán cuanto nos proponemos esplicar arrancando de nuestro principio pienso luego existo. Examinaremos la sensibilidad de hombre –1º en sus relaciones intelectuales: 2º en sus relaciones afectivas.
Primeros
ensayos de la sensibilidad intelectual
37. La sensibilidad es el último término á donde se llega en la contemplación de los fenómenos de la vida y en la investigación metódica de su conexión y dependencia. Es también el último resultado, ó según el modo común de hablar el principio más general que suministra la análisis de las facultades intelectuales y afecciones del alma: ya lo hemos visto en el precedente capítulo. Así pues lo físico y lo moral se confunden en su origen, ó por mejor decir lo moral no es otra cosa que lo físico considerado bajo ciertos puntos de vista más particulares. Para la completa inteligencia de esto bastará observar que la vida es un tejido de movimientos ejecutados á virtud de las impresiones recibidas por los diferentes órganos; y que las operaciones del alma ó del espíritu resultan igualmente de los movimientos ejecutados por el órgano cerebral; y sus alteraciones de impresiones recibidas y comunicadas por las estremidades sencientes de los nervios en las diferentes partes, ó escitadas en este órgano por medios que parecen obrar inmediatamente sobre él.
[…]
39. Sino esperimentáramos más que una sola sensación tampoco tendríamos más que una sola idea; y si á esta sensación correspondiese una determinación de la voluntad que fuese defraudada de su efecto por una resistencia cualquiera, sabríamos que existía alguna otra cosa independiente de nosotros, y nada mas. Pero como nuestras sensaciones difieren entre sí, y además las diferencias de las recibidas por un órgano corresponden constantemente á las diferencias de las recibidas por otro ú otros, quedamos enteramente ciertos de que entre las cosas esternas existe, al menos para nosotros, la misma diferencia que entre nuestras sensaciones. Añadimos al menos para nosotros: porque no siendo nuestras ideas sino el resultado de nuestras sensaciones comparadas, no puede haber en ellas, sino verdades relativas a la manera general de sentir de la naturaleza humana; y la pretensión de penetrar la esencia misma de las cosas es tan claramente absurda que basta la más ligera atención para reprobarla.
Investigaciones
sobre los órganos inmediatos del sentimiento
43. Es importantísimo el examen de esta materia por la luz que arroja sobre la generación de nuestras ideas. ¡Ojalá nos hallásemos con la suficiencia que él requiere! Una profunda meditación, investigaciones complicadas, esplicaciones técnicas no deben esperarse de un filósofo cuyo gusto en este ramo se ha formado solo por, la lectura privada. Por eso es que juzgamos oportuno errar más bien con los sabios que abundar en nuestro sentido. Adoptando empero ideas poco comunes procuramos salvarlas de cualquiera mala impresión que pudieran causar en espíritus poco acostumbrados al lenguage de la despreocupación. Para absolver pues el presente capítulo con la brevedad y precisión posible trataremos las siguientes cuestiones.
1º . ¿Cuáles son los órganos inmediatos del sentimiento?;
2º . ¿Estos órganos son los únicos afectados en las lesiones de las facultades intelectuales, ó lo son juntamente con otros?;
3º . ¿En este caso no lo son ellos de una manera más especial?;
4ª . ¿Hay algún medio recomendable para que el hombre consulte el bien estar de estos órganos?
44. Para resolver la primera cuestión Mr. Cabanis nos remite á esperiencias directas de que juzga inútil dar razón; y nosotros dejamos su aplicación para otra oportunidad. Ellas han probado á su juicio que el cerebro, la medula oblongada, la espinal, y los nervios son los verdaderos, y sino únicos al menos principales órganos del sentimiento. Los nervios, confundidos en su origen y formados de la misma sustancia que el cerebro, ya al salir del cráneo ó de la cavidad vertebral se dividen en varias ramificaciones de que hicimos mención en la lógica. Sus troncos son de diferentes tamaños. Los más gruesos envuelven bajo de un tegumento común otros más delgados, que á su vez envuelven nuevas series, y estas á otras; siendo muy de notar que hasta ahora no ha podido encontrarse un nervio cuyo tegumento, por muy delgado que parezca á la vista, no envuelva todavía un gran número de otros más pequeños. Desliados pues todos estos nervios se distribuyen por las diferentes partes del cuerpo: á cada punto senciente toca el suyo por cuyo medio comunica con el centro cerebral.
45. La sensación ó al menos su percepción, como otras esperiencias han manifestado, no se ejecuta jamás en la estremidad de ningún nervio ni por consiguiente en el órgano donde se hace la impresión del objeto que la determina: las impresiones todas van á reunirse en los centros de donde los nervios arrancan; y allí por consiguiente se verifica la sensación. Se ha observado también varias veces que los movimientos ocasionados en una parte penden de las impresiones recibidas en otra, cuyos nervios no comunican con la primera sino por medio del cerebro. Es pues constante que todo movimiento regular supone la influencia nerviosa sobre el músculo motor, así como esta influencia la comunicación libre de los nervios con el Centro común de su origen. Son por lo tanto los nervios quienes conducen la sensación material á su principal tronco; y el individuo hombre percibe sus sensaciones en el cerebro, en la médula oblongada, y verosimilmente también en la espinal.
46. Bien determinada ya la primera cuestión, para el esclarecimiento de la segunda ha debido investigarse si el sistema cerebral y los nervios en los delirios agudos ó crónicos de toda clase se encontraban constantemente en sus respectivos estados particulares; ó si estos eran variados al presentarse los fenómenos de los diferentes delirios: de suerte que entre fenómenos y variaciones pudiera juzgarse la relación de efectos y sus causas, distinguiéndolos y clasificándolos con exactitud. Por de contado se ha visto que muchas veces ni el cerebro ni los nervios han ofrecido indicio de alteración: se ha observado también que las alteraciones ocurridas en ellos eran comunes á otras enfermedades que no siempre están acompañadas de locura. Luego los órganos de que hablamos no son los únicos afectados en las lesiones intelectuales: luego á veces lo serán juntamente con otros.
47. ¿Pero cual es el resultado de las investigaciones promovidas con respecto al conocimiento de esos otros órganos? Ninguno han producido las esquisitas diligencias con que se han observado las vísceras contenidas en el pecho. Otra cosa es el de las contenidas en el bajo vientre. Se ha descubierto por un gran número de disecciones comparadas que á sus enfermedades corresponden frecuentemente alteraciones en las facultades morales. Comparando su estado orgánico con las crises en que la naturaleza ó el arte ha curado algunas veces la locura, se ha venido en conocimiento de que su asiento ó su causa existía entonces en las vísceras abdominales.
48. De aquí resulta una conclusión importante: y es que estas vísceras puesto que en sus desarreglos influyen directamente sobre los del pensamiento, contribuyen con su concurso necesario en su estado natural á la regular formación de este. Aún se confirma esta conclusión y adquiere una nueva latitud por la observación de los sexos. ¿Quien no sabe la repentina y general mudanza de ideas é inclinaciones á que están sujetos en determinadas épocas al desenrollo de ciertos órganos? Pero vamos á otra cosa.
49. Absuelta pues la segunda cuestión, para satisfacer á la tercera, volvamos á la disección de los muertos en estado de locura. Algunos anatómicos infatigables y exactos llegaron al fin á obtener resultados bastante generales y ciertos sobre el estado del cerebro. Le hallaron, por ejemplo, de una blandura estraordinaria en los imbéciles; de una dureza escesiva en los furiosos; de una consistencia muy desigual, es decir seca y dura en una parte, húmeda y blanda en otra, entre las personas atacadas de delirios menos violentos. Fácil es advertir que el sistema cerebral en el primer estado carece del tono necesario para ejercer sus funciones con energía: en el segundo por el contrario el tono y la acción deben ser escesivos; en el tercero hay discordancia entre las impresiones por la diferente disposición de las partes que las reciben; y de consiguiente siendo hechas las comparaciones sobre las bases falsas, los juicios deben ser erróneos y discordantes.
50. Podemos añadir, según observa Morgagni, que no solo no es rara también en los locos furiosos la desigualdad de consistencia en la masa cerebral, sino que llega á formar á veces el carácter orgánico de locura más consistente, al menos con respecto á la que proviene directamente de las alteraciones del sistema nervioso. También parece poder atribuirse al mismo vicio la inflamación de las meninges y anfractuosidades cerebrales; pues toda inflamación causa ó supone un esceso de energía y de acción vital en el sistema arterioso, y una mengua proporcional de esta acción en los otros sistemas generales.
51. Estas observaciones (49, 50) al paso que convencen que los órganos inmediatos del sentimiento son afectados de una manera más especial en las lesiones de las facultades intelectuales, dan mucha luz sobre la teoría del sueño: ellas sirven para la mejor inteligencia del delirio vago por el cual de ordinario comienza este, y de los sueños que le acompañan frecuentemente; al paso que reportan una nueva fuerza de la historia de estos fenómenos cuando se presentan de una manera interesante.
52. Réstanos examinar por último si hay algún medio recomendable para consultar el bien estar de los órganos intermedios del sentimiento. Cierto es que entre todos los escogitables ninguno es capaz de ponernos al abrigo de todas las impresiones perjudiciales, ni de proporcionar á nuestras facultades intelectuales un temple inalterable en sus operaciones. No obstante, como entre las causas que inducen diferencia en nuestro modo de sentir- hemos indicado algunas cuya influencia está sujeta a la industria humana bajo algún respecto, recomendaremos como de una trascendencia mas útil el régimen.
53. Son de nuestro primer estudio los resortes recibidos inmediatamente de la naturaleza: en seguida los medios de modificar, corregir, perfeccionar estos resortes. ¿Qué adelanta un artesano con saber los primeros instrumentos en su oficio? Es también necesario que conozca los instrumentos nuevos con que puede fomentarle y perfeccionarle, y además el método de emplearlos con más provecho. Así pues la naturaleza produce al hombre con órganos y facultades determinadas; más el arte puede robustecer estas facultades, cambiar ó dirigir su ocupación, criar en algunas maneras nuevos órganos. Esta es obra de educación, que hablando con propiedad no es otra cosa sino el arte de las sensaciones y de las habitudes.
54. Una buena educación física robustece el cuerpo, cura muchas enfermedades, proporciona a los órganos mayor aptitud para ejecutar los medios imperados por nuestras necesidades. De ahí mayor actividad y estensión en las facultades del alma, mas igualdad en las sensaciones: de ahí esas ideas más exactas, esas pasiones más elevadas que corresponden al sentimiento habitual y al ejercicio regular de una fuerza más grande. En la educación física se comprende sin duda el régimen, el conveniente no sólo a los niños, sino á todas las épocas de la vida: así como en la educación moral debe comprenderse el todo de los medios que pueden obrar sobre el espíritu y sobre el carácter del hombre desde su nacimiento hasta su muerte. Porque el hombre rodeado de objetos que causan continuamente en él nuevas impresiones, no interrumpe un momento su educación.
55. El régimen por lo tanto es una parte importante de la ciencia de la vida, que no puede conservarse íntegra sin el uso conveniente de todos sus menesteres. Considerándole por su influencia sobre las facultades intelectuales y aun sobre las pasiones, deja de admirarse aquel cuidado esquisito con que lo observaban los antiguos. ¿Pero quien no se admirará, y no se admira ya con asombro y con dolor al ver que en todas las instituciones modernas se haya descuidado esta parte esencial de toda buena educación y por consiguiente de toda legislación sabia? ¡Cuanto se resiente la humanidad de tal descuido!
56. Los médicos, es verdad, han dicho ya y avanzado mucho sobre la influencia de los alimentos en los órganos del pensamiento ó en los principios físicos de nuestras investigaciones; pero son pocos los que se han dedicado á despreocupar el pueblo para que espere mas de un buen régimen que de toda la medicina, principalmente en los desarreglos de estos órganos. Con ciertas precauciones de régimen, como en el uso ó abandono de ciertos elementos se hace uno más espedito para las tareas de espíritu. ¡Cuantos se han visto libres también de accesos violentos de cólera, á que estaban sujetos con sola la dieta pitagórica! En los casos mismos en que delirios furiosos trastornaban todas las facultades del alma ¿no ha bastado frecuentemente el uso diario de ciertos alimentos y bebidas, la impresión de cierta temperatura del aire, el aspecto variado de ciertos objetos, en una palabra un sistema dietético, para restablecer la calma y el orden primitivo?
57. Mucho conviene por lo mismo que el régimen no se confunda con la medicina, sin embargo de que á la ciencia médica corresponde efectivamente prescribirle. La medicina propiamente tal ejerce una acción y produce bajo este respecto efectos ventajosos que no merecen menos ser advertidos. Ella obra invirtiendo el orden de los movimientos establecidos, con el objeto de reducirlos á una dirección mas conforme con los planes originales de la naturaleza. ¡Pero cuanta circunspección se necesita para no esponerse á paralizar ó trastornar esta médica universal so pretexto de auxiliarla! Mientras el carácter del mal y su causa no esté evidentemente pronunciado, el médico debe ceñirse única y esclusivamente á prescribir régimen y sólo régimen, sin condescender imbécilmente con los reclamos de la ignorancia: de esa ignorancia que todo lo espera de las drogas farmacéuticas, dictadas por las prontas deliberaciones de una facultad tanto más útil cuanto más circunspecta y observadora, y tanto más peligrosa cuanto más precipitada.
58. Cuando este arte, que entra ya en grandes reformas, hubiere adoptado en sus métodos la precisión de que son susceptibles, no se podrán poner en duda sus inmediatas conexiones con todas las partes de la filosofía y de la política. Entre tanto visto está que existe y ella debe promover un medio recomendable con que el hombre consulte el bien estar de los órganos inmediatos del sentimiento: esto es, el régimen.
¿Cómo
concurren los órganos inmediatos M sentimiento á producir varios movimientos
que se observan en el hombre?
59. Antes de resolver esta cuestión conviene suponer como cierto que un cuerpo viviente como el del hombre, considerado anatómicamente, puede reducirse á tres elementos muy simples: el tejido celular, en donde flotan los jugos mucosos que la influencia vital organiza y que recibiendo de ella diferentes grados de animalización suministran á su vez los materiales necesarios inmediatos de las membranas y de los huesos: el sistema nervioso, donde reside el principio de la sensibilidad como ya hemos sentado (44) y aun convenceremos con esperiencias constantes: y finalmente la fibra carnosa, instrumento general de los movimientos.
60. La historia fisiológica de estos no permite dudar de que en los animales más perfectos el movimiento y la vida se comunican á todas las partes del cuerpo por los nervios: nada aparece más bien demostrado en la física de los cuerpos vivos que esta concurrencia del sistema nervioso; sin que por de contado obste esto á que la vida se ejerza en las partes desprovistas de nervios, y se ejerza en ciertas circunstancias con ostención de una sensibilidad muy viva. Así pues para formar una idea completa de la acción del sistema nervioso debemos considerarle bajo dos respectos:1º como influente con una actividad propia sobre todos los órganos que anima: 2º como accipiente por sus estremidades sensorias las impresiones á virtud de las cuales ejerce seguidamente su reacción sobre los órganos motores, para hacerles producir los movimientos y ejecutar las funciones. Esto parece resolver la cuestión.
[...]
65. [...] En el hombre, sobre quien gira esta, los nervios no solamente son el domicilio particular de la sensibilidad, sino también los que la distribuyen también en todos los órganos, formando una atadura general y estableciendo entre ellos una correspondencia mas ó menos estrecha y haciendo concurrir sus funciones diversas á producir y constituir la vitalidad común.
66. Una esperiencia muy sencilla da la prueba de esto. Al momento que se atan ó se cortan todos los troncos de nervios que subdivididos y repartidos terminan en una porción cualquiera del cuerpo animado, esta porción se hace enteramente insensible: se la puede punzar, sajar, cauterizar sin que el animal lo advierta: se destruye en ella la facultad de todo movimiento voluntario: hasta la facultad de recibir algunas impresiones aisladas, y de producir algunos movimientos vagos de contracción desaparece muy breve: toda función vital es aniquilada, y los nuevos movimientos que aparecen son los de aquel género de descomposición á que la muerte entrega todas las materias animales.
Del
sentimiento comparado con el movimiento en el hombre se desciende á examinar
el orígen de nuestras ideas
71. Visto el modo en que los órganos inmediatos del sentimiento concurren á la formación del movimiento en el hombre, se puede sentar como una verdad fundamental de la Ideología abstractiva que las impresiones recibidas por las partes sensibles son igualmente el orígen de todas las ideas y de todos los movimientos vitales. Ella lo es seguramente, y como tal debe adquirir buena luz en este capítulo y en el siguiente. Allí tendrá su lugar especial el principio de que en las determinaciones de los animales hay algunas independientes de todo razonamiento y de toda voluntad del individuo, que merecen el nombre de instintivas. No podemos dispensarnos en consecuencia de tocar ciertas modificaciones y maneras con que se esplican comunmente la elaboración de todas nuestras ideas y de todas nuestras determinaciones por medio de los sentidos.
72. Nada por cierto creemos haber exagerado cuando decíamos que muchas é importantes verdades resultaban de la esperiencia enunciada más arriba (66). De ella resulta en efecto: l' que los nervios son los órganos de la sensibilidad: 2` que de la sensibilidad sola dependen las percepciones que se reproducen en nosotros: Y que los movimientos voluntarios no se ejecutan sino á virtud de estas percepciones, y que los órganos motores están subordinados á los órganos sensitivos por quienes y no por otros son animados y dirigidos: 40 que los movimientos involuntarios é inadvertidos dependen de impresiones recibidas en los órganos á cuya sensibilidad se deben. Con sólo volver la vista sobre aquella esperiencia se siente la conexión de estos hechos con el principal.
[...]
79. Y bien, ¿es cierto, como Condillac y otros lo han asegurado, que todas nuestras ideas se forman y dependen únicamente de lo que ellos llaman sensaciones? ¿Todas por consiguiente de los sentidos afectados por los objetos esternos? Esta cuestión, sin embargo de que pudiera considerarse resuelta por la doctrina sentada en nuestra Ideología elemental (13,14), exige aquí una absolución más diversa y conforme, para quitar la ambigüedad que arroja el diverso modo de entender las sensaciones. Por descontado que trepidamos en asegurar contra la opinión de es tos filósofos por otro lado muy respetables, que no todas nuestras ideas y determinaciones nos vienen de las sensaciones tomadas en un sentido tan limitado como ellos quieren; porque muchas son debidas á impresiones internas resultantes de la operación de diferentes órganos.
80. Es esta una verdad comprobada por una multitud de hechos que á referirlos todos, nos haríamos interminables. Bien sabido es por una esperiencia individual que cada uno es más ó menos capaz de sentir o de pensar en ciertas disposiciones de los órganos internos especialmente de las vísceras del bajo vientre. Las enfermedades que allí se originan, efecto y causa de varios movimientos, mudan, alteran, y aún á veces trastornan enteramente el órden habitual de los sentimientos y de las ideas. Se desarrollan deseos raros y estravagantes: imágenes desconocidas asaltan el espíritu: nuevas afecciones se apoderan de la voluntad; y lo que hay quizá de más estraño es que no raras veces suele entonces adquirir el espíritu más elevación, más energía, más brillo; y alimentarse el alma de afecciones más interesantes ó mejor dirigidas.
81. Así es que las ideas risueñas o sombrías, los sentimientos alegres &funestos en semejantes casos dependen directamente de la manera en que ciertas vísceras abdominales ejercen sus funciones respectivas: es decir, de la manera en que estas vísceras reciben las impresiones: pues hemos visto que las unas dependen siempre de las otras, y que todo movimiento supone una impresión que lo determina. De aquí deducimos en comprobación de la doctrina sentada en otra parte (47, 48) que pues el estado de las vísceras del bajo vientre puede trastornar el orden de los sentimientos y de las ideas, puede también causar la locura; la cual no es otra cosa que el desconcierto ó la falta de conformidad de las impresiones ordinarias. Esto se ve suceder con frecuencia.
82. Delirios se observan igualmente que nacen de las alteraciones sobrevenidas en la sensibilidad de otras muchas partes internas. Los hay agudos ó pasageros; y los hay crónicos ó permanentes, en los cuales las estremidades sencientes esteriores de los nervios que componen los sentidos, no se encuentran absolutamente afectadas, ó no lo están sino muy secundariamente; y la curación de estos delirios se obtiene mudando directamente el estado de las partes internas morbosas. Séanos permitido citar otra vez por ejemplo los órganos de la generación, frecuente domicilio de una verdadera locura. Su viva sensibilidad es suceptible de los mayores desórdenes; y su vasta influencia sobre todo el sistema los hace casi siempre huéspedes muy generales, o muy ominosos, principalmente al centro cerebral.
83. La premura no nos permite detenernos á considerar los fenómenos aun mas concluyentes y decisivos que nos ofrece la época de la pubertad, como provenientes de la sensibilidad de las partes internas de algunos órganos.
Tampoco nos permite observar con detenimiento los sueños en que el espíritu es asaltado de imágenes y el alma agitada de afecciones, estravagantes por lo común unas y otras, y producidas evidentemente sin la intervención actual de los sentidos estemos, ni de los actos de la voluntad por los cuales la memoria es puesta en acción. Observamos solamente que este fenómeno singular no es siempre, como se dice, el cuadro fiel de los pensamientos ó de los sentimientos habituales: pende no pocas veces de una manera sensible del trabajo de los órganos de la digestión, ó de la opresión del corazón y de los grandes vasos: y entonces las ideas incómodas ó sentimientos funestos que le acompañan pueden no tener la menor relación con aquel que nos haya ocupado más durante la vigilia.
84. Después de esto es consiguiente pasar también en silencio los desvaríos y las imaginaciones, los estados particulares del cerebro que escita el uso de los licores embriagantes ó narcóticos, cuya causa no existe ni obra sino en el estómago y en los intestinos; así como ciertas disposiciones vagas de bien ó mal estar que esperimenta cada uno de todos los días y casi siempre sin poder asignarles el origen, pero que dependen de ciertos desarreglos en las vísceras y en las partes internas del sistema nervioso.
85. Es ya forzoso concluir de las observaciones precedentes que las ideas y las determinaciones morales no dependen únicamente de las llamadas sensaciones esto es, de las impresiones distintas recibidas por los órganos de los sentidos propiamente dichos sino que las impresiones resultantes de las funciones de muchos órganos internos contribuyen á ellas más ó menos y en ciertos casos parecen producirlas esclusivamente. La cuestión pues que últimamente nos habíamos propuesto está resuelta.
Capítulo
VII
Maneras
de obrar la sensibilidad y el pensamiento con respecto á sus órganos inmediatos
108. Placer y dolor son la suma total á que reducen como de concierto los sicólogos y fisiologistas las impresiones que el hombre recibe, con respecto á sus efectos generales en el órgano sensitivo. No nos detendremos á probar que uno y otro concurren igualmente á la conservación del animal, que dependen de la misma causa y que se corresponden siempre entre sí en ciertos balances. Basta advertir que la naturaleza animal no puede concebirse sin placer y dolor; siendo sus fenómenos esenciales á la sensibilidad, como los de la gravitación y del equilibrio lo son á los movimientos de las grandes masas del universo. Ellos sin embargo andan acompañados de circunstancias que llaman nuestra atención.
[…]
112. Basta la detenida observación de sí mismo para hacer ver que las estremidades sencientes de los nervios reciben desde luego un principio de advertencia, digamoslo así pero sus resultados son incompletos si la atención del órgano sensitivo no pone estas estremidades en estado de recibir y de transmitir la impresión toda entera. Sabemos con evidencia que la atención modifica directamente el estado local de los órganos; sin ella las lesiones mas graves no producen ni el dolor muchas veces ni la inflamación que les son propias: y por el contrario una observación minuciosa de las impresiones mas fugitivas puede darles un caracter importante, ó tambien ocasionar algunas veces impresiones verdaderas sin causa real interior ó sin objeto que la determine.
[…]
115. Observamos pues aquí que la sensibilidad obra á manera de un fluido de cantidad determinada; el cual en proporción de su mayor afluencia á uno de sus vasos disminuye en los demás. Se hace esto muy sensible en todas las afecciones violentas, principalmente los éstasis. El cerebro entonces y otros órganos simpaticos estan en su mayor grado de energía y de accion, mientras la facultad de sentir y de moverse, es decir la vida, parece haber abandonado todo el resto. En este estado violento es cuando algunos fanáticos han recibido á veces impunemente heridas fuertes que en el natural habrían sido mortales ó muy peligrosas: por cuanto la gravedad de los accidentes consecutivos á la acción de los cuerpos sobre nuestros órganos depende principalmente de la sensibilidad de estos últimos; y estamos viendo todos los días que lo que seria un veneno violento para el hombre sano, no produce casi efecto en el enfermo.
[…]
118. Estas maneras de obrar se harán más perceptibles si á las observaciones hechas en otra parte (46, 51, 80, 84) añadimos aun otras que ponen más á la vista las relaciones de la sensibilidad y el pensamiento con la organización del cerebro y otras vísceras. Por de contado no hay integridad en todas las funciones de la vida si no la hay en todos los órganos. Para que ella exista es necesario especialmente que el sistema cerebral y todas sus dependencias no haya esperimentado lesión ninguna ni en su formación primitiva ni posteriormente en sus enfermedades. Es necesario por ejemplo para pensar, que el cerebro, órgano inmediato del pensamiento, esté sano.
119. Los hidrocéfalos, en quienes las sustancias de este órgano se destruye y se aniquila gradualmente, al fin se vuelven estúpidos. Las vísceras del torax y del abdomen sin embargo conservan aun la vida por la influencia de la médula espinal; y cuando esta ha seguido la suerte del cerebro, resta por algún tiempo para conservarla la influencia de los gruesos troncos nerviosos. Aun nacen algunos niños sin aquella víscera principalísima y comunmente sin boca ó con ella obturada; pero entonces mueren al momento de nacer. Ni puede ser de otro modo porque la nutrición practicada antes por el cordón umbilical no puede ya continuar de ninguna manera capaz de sostener la vida, aun cuando nacen gordos y rollizos y con sus otros miembros bien constituídos y robustos. Otros, aunque el estado del cerebro impide enteramente el pensamiento, no por eso viven ellos menos sanos y vigorosos: digieren bien; todos los demás órganos se desenrollan; y las determinaciones instintivas propias de la naturaleza humana en general, se manifiestan en ellos casi en las épocas y según las leyes ordinarias.
[…]
122. Para formar una idea exacta de la manera y operaciones de que resulta el pensamiento, debemos considerar el cerebro como un órgano particular destinado especialmente á producirle: así como el estómago y los intestinos á obrar la digestión, el hígado á filtrar la bilis, las parótidas y las glándulas maxilares y sub linguales á preparar los jugos salivales. Las impresiones arribando al cerebro le hacen entrar en actividad, como los alimentos cayendo en el estómago le escitan á la secreción más abundante del jugo gástrico y á los movimientos que favorecen su propio disolvimiento. La función peculiar del uno es percibir cada impresión particular, fijarle signos, combinar las diferentes impresiones, deducir por medio de la comparación juicios y deliberaciones; como la función del otro es obrar sobre las sustancias nutritivas á cuya presencia se estimula, disolverlas y asimilar los jugos á nuestra naturaleza.
123. Se dirá acaso que los movimientos orgánicos por los cuales se ejecutan las funciones del cerebro nos son desconocidos? ¿Pero y la acción por la cual los órganos del estómago determinan las diferentes operaciones que forman la digestión ... ? ¿Y la manera con que impregnan de una virtud disolvente la mas activa al jugo gástrico ... ? Nosotros vemos caer en esta víscera y vestirse de nuevas calidades los alimentos, y concluimos que ella les ha hecho verdaderamente sufrir esta alteración. Vemos igualmente arribar al cerebro las impresiones por medio de los nervios: ellas entonces están aisladas y sin conexión: la víscera entrando en acción obra sobre ellas, y al momento las despecha transformadas en ideas, que el idioma de la fisonomía y del gesto, ó los signos de la palabra y de la escritura manifiestan en lo esterior.
[…]
127. Vienen en comprobación de esta doctrina algunos hechos igualmente simples y concluyentes. Todos los días se observan locuras, epilépsias, afecciones estáticas, en una palabra desórdenes diferentes en las funciones del sistema cerebral que no tienen orígen en las lesiones de ningun otro órgano, sea interno ó esterno, La observación clínica prueba que su causa reside en el órgano mismo nervioso. No puede deducirse otra cosa, ni de una manera mas invencible, de disecciones varias veces practicadas: por cuanto la consistencia, el color, la organización misma de la pulpa cerebral, se han hallado fuera de su estado natural; y aun se han descubierto en ellas cuerpos estraños, como ciertas linfas derramadas, ciertas gelatinas acumuladas, ciertas puntas huesosas, ciertos cirros ó petrificaciones; de cuya presencia nacían todos los accidentes.
128. Aquí pues, donde la observación puede enlazar los fenómenos con sus causas, vemos claramente las impresiones recibidas en el seno del órgano sensitivo comportarse de la misma manera que las venidas de los objetos esternos: las vemos fortificarse y demarcarse mas por su duración: vemos que el órgano las combina y las compara, y deduce de ellas juicios y determinaciones: le vemos en su consecuencia imprimir á las partes musculares movimientos que no estando en relación ninguna con las recibidas por los otros órganos esternos ó internos, se han atribuído por mucho tiempo á causas sobrenaturales. ¿Y no observamos ya la economía animal en una de aquellas circunstancias estremas que sirven á hacer conocer su manera de obrar en las más regulares? Entre el trastorno general de las operaciones y la natural consonancia de sus fenómenos con leves más conocidas hay ciertamente muchas diferencias intermedias, en las cuales el orden y el desorden está como combinados en diferentes proporciones, pero que dejan siempre escapar los signos ciertos de la energía y de la acción propia del órgano sensitivo.
129. En su estado natural, si fijamos la atención, le vemos entrar en acción por sí mismo: vemos que por ese medio se pasa sin impresiones estrañas: y que aún puede en cierto modo evadirlas y sustraerse de su influencia. Así es como una atención fuerte, una meditación profunda puede suspender la acción de los órganos esternos. Así es como muchas veces pone él en ejercicio la memoria y da vuelo á la imaginación. Con aquella renueva en sí mismo las modificaciones que había recibido en otro tiempo, ó se constituye en un estado semejante al causado anteriormente por las impresiones esternas ó internas: con esta y el modelo de las recibidas ó recordadas finge nuevas combinaciones de ideas, pero con ampliaciones arbitrarias que solo existen en su fantasía. ¿Que otro origen ni existencia tienen los centauros, los hipógrifos, los dioses, los demonios, ni otras clases de bichos que aun bullen en los cerebros calcinados de muchos visionarios modernos, oprobio de la razón y del buen sentido?
[…]
131. Hay también multitud de hechos simples en comprobación de que esta acción del órgano sensitivo está á veces ceñida á unos de sus departamentos. Los médicos tropiezan con ellos á cada paso; marcando en muchas enfermedades ciertos estraños singulares de la sensibilidad: estravíos parciales que son frecuentemente rectificados por las impresiones más arregladas de otros órganos; pero que frecuentemente vienen a hacerse dominantes y determinar al menos juicios falsos particulares. Quienes han visto vaporosos imaginándose tan ligeros que temían ser arrebatados al menor viento; tan narigones que aseguraban sentir de una manera notable el crecimiento de su nariz de un tamaño ya escesivo. Quienes han visto otros persuadiéndose recibir impresiones de ciertos dolores estraordinarios; y otros oir bullas incómodas ó agradables sonidos. Empero esta clase de enfermos aun conservaban el tino de rectificar su primer juicio.
132. Otra es la suerte de los hipocondríacos, cuya razón no escapa siempre de la influencia de estas ilusiones. Sabe todo el mundo al menos por oídas las historias de muchos de ellos que creían firmemente tener piernas de vidrio ó de paja, ó no tener cabeza: ó que sostenían que su cuerpo encerraba inmensas cantidades de agua, suficientes á inundar una región si ellos quisieran orinar. A visiones tan ridículas y tan ciertas para ellos como las verdades mas constantes, juntaban frecuentemente un buen sentido y opiniones ajustadas sobre otros diferentes objetos: aun eran capaces algunos en este período de ejecutar trabajos muy ingeniosos. En medio de los accesos de hipocondría era cuando Swammerdam hacía sus más brillantes investigaciones. Pero encaprichado de que Dios podía ofenderse de un examen tan curioso de sus obras (¡doctrina muy corriente aún, entre los mogigatos de nuestros tiempos!!!), comenzó por renunciar á la prosecusión de las esperiencias más bellas sobre las inyecciones; y en un parosismo mas violento concluyó por arrojar á las llamas una gran parte de sus manuscritos.
133. Así es que en las enfermedades nerviosas nos presentan diariamente desórdenes repentinos que resultan de ciertas ideas ó de ciertas pasiones. Los accesos histéricos ó hipocondríacos terminan con frecuencia por un aumento de sensibilidad, ó por convulsiones fijadas en ciertos órganos: y en algunas personas inconstantes basta sólo el esfuerzo de la atención ó del pensamiento para escitarlos. Por lo que mira á la comunicación simpática de las infecciones de un órgano al otro, no hablando como no hablamos aquí sino de aquellas cuyas causas obran directamente en el seno mismo del órgano sensitivo, los ejemplos son familiares á los prácticos de medicina. Por ellos consta que algunas lesiones del cerebro causan inflamaciones y supuraciones en el hígado; como algunas lesiones de éste causan recíprocamente la inflamación y el absceso de aquel: que en las pesadillas las sensaciones ó los movimientos que comienzan en una parte van á terminar en la otra; o que pasan de la primera á la segunda sin que se pueda designar la causa en las simpatías orgánicas conocidas. Estos tránsitos dependen evidentemente de las determinaciones concebidas en el seno mismo del sistema nervioso.
134. Observamos ya claramente en la sensibilidad tres especies de operaciones bien marcadas por la diferencia de sus efectos y no fáciles de confundirse. Se refiere la primera á los órganos de los sentidos: la segunda á las partes internas, nominadamente á las vísceras de la cavidad del pecho y del bajo vientre, inclusos en éstas últimas los órganos de la generación; y la tercera al órgano cerebral mismo, abstraído de las impresiones que se recibe de sus extremidades sencientes, internas ó esternas.
135. Ahora bien: ¿quién dudará ya que el sistema cerebral tiene la facultad de determinarse á obrar por sí mismo esto es de recibir impresiones, de ejecutar movimientos, y de escitarlos análogos en los otros órganos en virtud de causas cuya acción se ejerce en su seno y se aplica directamente á algún punto de su pulpa interna? ¿Quién no se atreverá á concluir que los nervios y el cerebro no son órganos puramente pasivos, sino que al contrario sus funciones suponen una actividad continua y tan duradera como la vida? ¿No bastan á probarlo la naturaleza de esas funciones y las maneras en que se ejecutan?
136. Pero, lo que aun mas es, varones cuyo mérito es indisputable en la medicina han hecho ver que el sueño, ese estado de reposo en que los órganos de los sentidos cesan de recibir impresiones, en que todo el sistema sensitivo parece quererse librar de las que no le son indispensables para el sostén de la vida, en que el pensamiento en fin está por lo regular enteramente en suspenso: han hecho ver, digo, esos varones que el sueño mismo no es una función puramente pasiva, y que el órgano cerebral para producirle entra en una acción verdadera.
Capítulo
IX
Util
investigación de las relaciones entre las fuerzas sensitivas y las motrices
137. Ya lo hemos dicho: es necesaria la integridad del cerebro para pensar bien; porque sin él no se piensa en un sentido riguroso, y sus enfermedades causan alteraciones análogas y proporcionales en las funciones del alma. ¿Pero quien es capaz de establecer exactamente los límites verdaderos de esa integridad? Los fisiologistas anatómicos, amaestrados en esta clase de investigaciones, no se atreven á fijar un punto tan difícil como interesante: no se consideran aún bastante instruídos de la intima organización de la pulpa cerebral: juzgan imperfectos los instrumentos de que usan hasta ahora para llegar á este resultado feliz, después que han agotado los recursos del microscopio y del arte de las inyecciones. De donde concluyen que para llevar más adelante la anatomía del hombre en general, y la del sistema nervioso en particular, hay que inventar nuevos métodos y nuevos instrumentos.
138. Aun miran al menos como muy difíciles de determinar las condiciones orgánicas sin las cuales este sistema ejecuta mal, ó no ejecuta sus funciones. Ellos sin embargo se aprovechan de los resultados que ofrecen la observación de los enfermos y la apertura de los cadáveres, para presentar un cuadro de los fenómenos ordinarios de la sensibilidad con respecto de los diversos estados del cerebro. Como en el natural se advierte fácilmente que su color, su consistencia, y el volumen de los vasos que lo encierran ó que se inmergen en sus departamentos, han sido determinados y reglados por la naturaleza misma, no cabe duda de que hay una conexión inmediata entre estas circunstancias y la manera en que se practican las funciones de la sensibilidad: pues si las unas varían, varían también las otras en la misma proporción. Cuando la pulpa es más ó menos firme de lo regular; cuando es más ó menos su color; cuando sus vasos se hallan en un estado de flojedad ó de escesiva dilatación; cuando los flúidos que contienen han demasiada consistencia ó tenuidad, inercia ó acrimonia, las funciones sensitivas no se ejercen ya según el orden establecido. Las fuerzas tanto sensitivas como motrices toman entonces de necesidad una posición, respectiva ó absoluta, proporcionalmente diferente.
139. Pero la observación del hombre sano y enfermo ofrece á estos investigadores otros fenómenos generales, que sin poderse referir con la misma evidencia á los estados orgánicos bien conocidos del sistema cerebral deben ser bien examinados como espresivos de las leyes principales que reglan sus funciones. Deben las impresiones para ser recibidas y obrar convenientemente, estar animadas de cierta vivacidad determinada: ora pasar con una velocidad mediana de la circunferencia al centro para producir el sentimiento, ora volver en seguida del centro á la circunferencia para producir el movimiento. Es preciso también que el sentimiento no sea embotado y lánguido, pero tampoco demasiado vivo y tumultuoso. Conviene que el movimiento le siga con la celeridad del rayo, pero que él no sea inquieto y precipitado.
140. Si las impresiones son débiles, vagas y lánguidas las determinaciones se forman con lentitud y de una manera incompleta. Si por el contrario aquellas son escesivamente profundas, dominantes, ó rápidas, estas toman nuevos caracteres diversos más ó menos análogos que las pueden igualmente desnaturalizar. ¿No se ven hombres por ejemplo, cuyos pensamientos y resoluciones no ven sino una luz muy tardía, y eso destituido esencialmente del grado conveniente de energía y actividad? ¿No se ven por el contrario otros que procuran en vano sacudirse de ciertas impresiones dominantes y que manifiestan en sus ideas é inclinaciones una tendencia esclusiva y obstinada? ¿No se les ve que discerniendo con dificultad un montón de cosas que sienten á la vez, no se toman el tiempo de comparar sus elementos diversos, y tomando por consiguiente todas sus habitudes un carácter de precipitación, no parecen ser ya dueños de moderarlas?
[…]
144. Vemos aquí la facultad de imitar conducida hasta el grado de enfermedad: y aunque ella sea la fuente principal de nuestros progresos, fácil es advertir que cuando traspasa ciertos límites imposibilita el ejercicio de la reflexión y de la voluntad. Vemos también por estas relaciones alternativas de las fuerzas sensitivas y motrices por qué en la epilepsia y en la manía furiosa, donde los sentidos esternos reciben menor suma de impresiones, adquieren los órganos motores un esceso de energía: es puntualmente el caso inverso de los estados de debilidad muscular de que hablábamos poco ha y que dependen de una sensibilidad escesiva. Vemos en fin muy patentemente por estas mismas relaciones la conexión inmediata de la causa senciente con la motriz. ¿Y quien no es directamente conducido á reconocer que todos los movimientos tienen su punto de apoyo en el seno del sistema cerebral, donde las impresiones de todas especies llegan á tener su punto de reunión?
[…]
147. El examen detenido de los hechos aun arroja otra consideración; y es, que la energía y la perseverancia de los movimientos son proporcionadas á la fuerza y á la duración de las sensaciones. Decimos á su fuerza y duración; porque, como hemos visto, las sensaciones demasiado vivas, rápidas y multiplicadas, producen un efecto contrario. Esta consideración se acomoda perfectamente con toda cuanto precede, y fija aun mas claramente la verdadera relación de las fuerzas sensitivas y de las motrices. Ella puede también suministrar la razón de sus balances alternativos ú oscilaciones esto es, de aquellas circunstancias en que las unas parecen obrar tanto menos cuanto la escitación de las otras es mas considerable.
149. Los músculos más robustos, como se deja ver por lo que hemos dicho arriba, son enervados por causa solo de las sensaciones demasiado vivas y multiplicadas recibidas por el individuo, permaneciendo todo lo demás igual. Y cuando ciertos accidentes mudan el caracter de las sensaciones en las personas mismas débiles y lánguidas; cuando, por ejemplo, ciertas enfermedades indican en el sistema nervioso causas de impresiones fuertes, profundas y durables, ó le hacen únicamente suceptible de recibir impresiones semejantes de lo esterior, los músculos mas débiles adquieren al momento la facultad de ejecutar movimientos de una energía y de una violencia casi inconcebible. ¿No se ven á cada paso mugeres vaporosas que en su estado habitual apenas pueden mantenerse en pie, y en sus accesos convulsivos vencen resistencias superiores á las fuerzas de muchos hombres reunidos? ¿No se ven hombres débiles y ruines que en las afecciones melancólicas, en la rabia y mas que todo en las enfermedades maniáticas rompen las mas fuertes ataduras, á veces de gruesas cadenas, capaces de despedazar todos sus músculos en el estado natural? Pero vamos adelante.
150. Una última consideración importa no perder de vista para que las operaciones del sistema nervioso no queden envueltas en incertidumbres. A medida que las sensaciones disminuyen ó se hacen más oscuras, se ven frecuentemente alimentar las fuerzas musculares, y su ejercicio adquirir un nuevo grado de energía. ¿Se ponen á veces los maniáticos casi enteramente insensibles á las impresiones esternas? Pues entonces es principalmente cuando son capaces de los mas violentos esfuerzos. La observación no para aquí: los estúpidos ó limitados; los epilépticos, cuyas sensaciones son por lo común muy torpes; en una palabra todos los hombres menos sensibles que los demás parecen tener generalmente fuerzas musculares mas considerables.
151. Muchos buenos observadores han deducido de aquí como regla que estas fuerzas están en razón inversa de la sensibilidad y recíprocamente. Pero basta en concepto de los prácticos de medicina y de anatomía médica un poco de reflexión para conocer que hay alguna confusión en este resultado la prueba está en los hechos mismos que citan. El aumento de las fuerzas en los maniáticos y los epilépticos coincide, es verdad, con el abatimiento ó también con la total cesación de las impresiones esternas; pero no nace él de esta circunstancia. Esos prácticos nos enseñan que es debido á impresiones poderosas cuyas causas obran directamente en el sistema cerebral, y cuyo efecto es la producción simultánea del estupor de los sentidos esternos. Por lo que hace á los hombres limitados, bien que por otra parte sanos y vigorosos, las impresiones por las cuales las determinaciones musculares adquieren ese grado de energía tienen igualmente su causa inmediata en el sistema cerebral ó en los otros órganos internos.
[…]
153. Concluyamos: y pues sabemos por los hechos que los movimientos producidos por causas aplicadas inmediatamente al sistema nervioso mismo son los más persistentes y los más fuertes: que dominan constantemente y á veces ahogan ó encubren todos los demás; ó más bien que sus causas no parecen entonces ser interrumpidas en la acción que ejercen por ningún otro género de impresiones; es evidente también que las ideas, las determinaciones, los recuerdos, las habitudes mismas que ni son otra cosa que recuerdos, determinaciones ó ideas; es evidente, decíamos, que todas estas funciones deban hacerse esencialmente dominantes cuando dependen del mismo género de causas. Es puntualmente lo que observamos en los maniáticos, en los visionarios, y en ciertos melancólicos que se aproximan á unos y otros. Ni los objetos esternos, ni las necesidades más urgentes de la vida los pueden distraer muchas veces de sus acostumbrados desvaríos, ni impedir el curso de sus habitudes obstinadas.
Notas:
1. Según autores de buena crítica á la catedral solo, que era la iglesia de San Juan, donó Costantino 1.000 marcos de oro, 30.000 de plata, 14.000 sueldos de renta, y tierras en la Calabria. Mas esta munificencia anticristiana ¿qué cotejo tiene con la que ha enriquecido á las catedrales de Santiago, de Toledo y de Sevilla en España, y á sus ministros? ¿Y quien podrá desconocer los fatales resultados de la falsa piedad que indicamos, sino estos y cuantos como ellos hacen consistir la felicidad de los pueblos en nutrir la suya propia, y en confundir la verdad con el error y la luz con las tinieblas? ¡Apartemos la vista de ese cuadro horroroso!!!