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Primera parte

 

La locura en los niños

hacia finales del siglo XIX

en Buenos Aires:

Dos tesis precursoras presentadas ante la Facultad de Medicina porteña

Gustavo Pablo Rossi*

 

 

En el año 1888, en Buenos Aires, un estudiante de medicina riojano, Leónidas Carreño, finalizaba su carrera con la presentación de un trabajo titulado: “Estudio sobre la locura en los niños”; que se constituyó en la primera Tesis presentada en la Universidad de Buenos Aires que trata de manera definida cuestiones atinentes a la alienación en la infancia. Según sus biógrafos, Carreño será luego médico inspector del Departamento Nacional de Higiene, y tendrá una destacada actuación política al regresar a La Rioja. En 1898 es electo diputado nacional. Será luego gobernador de esa provincia, y senador Nacional en 1907. En el momento de la Tesis, llevaba realizando desde hacía tres años el internado en el Hospicio de las Mercedes, adonde dice que asistía diariamente a las lecciones del “distinguido profesor Lucio Meléndez”, y trataba numerosos “niños vesánicos”. Esa es la experiencia que se le conoce en este campo. Fue también médico de la Penitenciaría, y docente en la Escuela Normal de Profesores de la Capital.

Al poco tiempo, en 1890, se presenta (también en la Facultad de Medicina de la UBA), una nueva Tesis sobre cuestiones psiquiátrico-neurológicas de la niñez: “s”. Su autor, Martín Torino, es otro médico desconocido para quienes han abordado aspectos históricos del campo de la psiquiatría y la psicología infantil en nuestro país. Igual que en Carreño, no se encuentran en la biografía de Torino aportes posteriores para la asistencia psiquiátrica de la infancia. En los círculos científicos institucionales, su acción como médico –a diferencia del autor riojano– será reconocida de otra manera, llegando a ser elegido Presidente de la Academia Nacional de Medicina, en 1926. Previamente, había sido también un activo militante político, médico de cabecera de Leandro N. Alem, ocupando los puestos de Concejal y Diputado, incorporándose luego al Senado Nacional (en 1917), como representante de Entre Ríos, su provincia natal(1). 

En el marco de un trabajo de investigación histórica más amplio, sobre la constitución de las prácticas que abordan la psicopatología de la infancia, analizaremos las dos Tesis presentadas en la Facultad de Medicina de la UBA, anteriores a 1900, cuyo objeto es la niñez y sus trastornos mentales. Se detallarán sus influencias, los autores argentinos y europeos de referencia, las eventuales articulaciones entre estos textos y la matriz disciplinar de la psiquiatría en formación en Argentina, así como el interés que pueden tener las mismas para nuestra tarea actual. Ambos médicos darán escasa continuidad a sus trabajos sobre el tema, y sus Tesis aparecen además en principio como expresiones aisladas, casi descontextuadas de las publicaciones científicas de su tiempo, lo cual genera diversos interrogantes en cuanto a la significación de los textos de estos autores para los dispositivos posteriores de asistencia de la niñez, así como del contexto científico y cultural en que se producen.

Respecto de Carreño, llama la atención que algo inédito y tan microscópico en su ámbito de pertenencia, como La locura en la niñez, tenga significación para legitimarse como Doctor en Medicina en Buenos Aires hacia finales del Siglo XIX. Del examen sobre las tesis presentadas en la Facultad de Medicina, resulta además llamativo que, en el breve lapso de dos años, surgieran ambos estudios con títulos especialmente dedicados a la infancia, mientras que en las décadas previas, y en los años posteriores, hasta principios del siglo XX, no existen Tesis con características similares. Por otra parte, en el momento histórico en que se producen, cabe preguntarse si esos trabajos inauguran los intentos de conceptualización con alguna especificidad clínico-téorica relativa a la infancia, en una coyuntura donde se estaban constituyendo de manera inicial muchas especialidades dentro de la ciencia médica.

De acuerdo a trabajos históricos realizados respecto de las Tesis, como lo señala N. Conti(2), en su revisión bibliográfica sobre la Facultad de Medicina de la UBA, “de los autores de tesis psiquiátricas anteriores a 1880 se desprende que los mismos no tuvieron luego una actividad profesional psiquiátrica sino que actuaron como médicos generalistas.” Sin embargo, se afirma en ese artículo que los autores de Tesis del período 1880-1910 fueron alienistas. En este punto, y a partir del análisis de dichas tesis, cabe hacer una precisión: los autores de Tesis psiquiátricas, que no trabajan temas referidos a psicopatología de la niñez, fueron alienistas. Esto es: los dos médicos que en el período mencionado enfocan conceptos psiquiátricos en sus tesis, luego no se dedicaron profesionalmente a la atención de la patología mental (tampoco con adultos). Como veremos, no es un dato intrascendente.

En función de la revisión de diversos materiales del período que transcurre entre el último cuarto del siglo XIX y aproximadamente 1910(3), podemos afirmar que existe una trama en construcción, que va indicando alguna especificidad en las prácticas psiquiátricas y psicológicas con niños en nuestro país, en sus inicios, cuyos aportes provienen principalmente de tres ámbitos:

• La medicina, en especial la llamada medicina mental, junto a algunos trabajos de la pediatría y la neurología.

• La pedagogía, ligada a la psicología infantil o pedagógica (a veces titulada psico-pedagogía)(4).

• La criminología, el discurso jurídico referido a temas medico-legales y de control socio-penal sobre la niñez.

Describiremos algunos aspectos básicos de ese entramado en los puntos siguientes.

De manera introductoria, pero como excelente síntesis para describir el conjunto de saberes que se conjugan en ese espacio que enfocaremos, puede apreciarse el lúcido planteo de J. Ingenieros, en el año 1909, al revisar la historia de la psicología:

 

En el viejo mundo la psicología ha tenido orígenes bilaterales. Por una parte han contribuido a su formación los filósofos, por otra los técnicos de las ciencias biológicas y sociales. Ningún nombre de filósofo argentino sabríamos mencionar aquí: grande es, en cambio, el grupo de estudiosos que ha aportado su concurso indirecto al desenvolvimiento de la psicología, aunque la casi totalidad se ha especializado en ciencias afines: patología mental, pedagogía, sociología, antropología, criminología, etc. Agregaremos a ese núcleo de escritores científicos el de los docentes, que también han realizado un esfuerzo generoso”(Ingenieros; 1909).

 

Por su parte, al hablar de la niñez, ubicándola en tanto categoría conceptual, asistimos en esta época desde distintos ámbitos –y en un atravesamiento entre sociedad, cultura y desarrollos científicos– a la construcción del concepto de infancia, entendido en los términos con los que actualmente lo pensamos. Cuesta imaginar un tiempo en el que la infancia no era considerada en sí misma con algún interés particular, en que el campo de la psiquiatría y la psicología del niño no existía. Sin embargo, como lo investigaron en profundidad distintos autores (son ineludibles los estudios, desde perspectivas distintas, de L. de Mausse y P. Aries al respecto), no había antes del siglo XIX una sensibilidad especial por la infancia.

Como veremos a continuación, en la historia de la ciencia occidental, el estudio del niño, su psicología, comenzó a desplegarse en el último cuarto del siglo XIX(5), con un interés creciente hacia fin de siglo y las primeras décadas del siglo XX. Un psiquiatra infantil tan reconocido como Leo Kanner va a ser muy categórico: “al comenzar el siglo XX no había nada que pudiera considerarse psiquiatría de la niñez” (Kanner; 1972). La cautela, para avanzar en este trabajo, nos invita a poner al menos entre signos de interrogación esas palabras.

 

 

Los estudios sobre la locura en el niño

 

Para bosquejar alguna periodización de la historia de la locura en el niño en Occidente puede considerarse especialmente la sucesión planteada por P. Bercherie y el texto de historia de la psiquiatría de J. Postel y C. Quetel. Aproximándonos al tiempo en que se producen ambas tesis, nos centraremos ante un primer período, donde la única noción es la de detención del desarrollo, bajo una concepción de la infancia que fue denominada adultomorfismo. La clínica estaba centrada en la elaboración semiológica proveniente de la psiquiatría del adulto, cuyo eje se centra en las obras de P. Pinel y J.E. Esquirol. Es un ciclo que comienza hacia 1800 y se extiende hasta las dos últimas décadas de ese siglo. Los trabajos sobre la idiotez ocupan un lugar excluyente: no existe otra forma de pensar la locura en la niñez, o, como se ha dicho, los autores de la época no creen en la existencia de la locura propiamente dicha en la infancia. La patología mental, básicamente, queda subsumida dentro de los desarrollos sobre la idiocia, la imbecilidad, el cretinismo, etc. Los debates se hacen en torno a la reversibilidad o no de ese estado, ganando reconocimiento los educadores de idiotas, aquellos que apostaban a demostrar que esos niños no eran “incurables”, que podían adquirir algún grado de conocimiento. Itard, Seguin, Delasiauve, Bourneville, reflexionan en ese contexto, y llevan adelante sus alternativas de tratamiento.

La poca experiencia paidopsiquiátrica puede asociarse a aquella concepción de la infancia: el niño como adulto en potencia. El contenido dado a la infancia es tender al estado adulto; en sí mismo ese era el sentido de esta etapa de la vida. La Escuela, siguiendo estos razonamientos, es pensada como fábrica de la humanidad. No es casual entonces que, hasta ese momento, y paralelamente a la época que enfocamos, era en especial el campo pedagógico aquel que aportaba las explicaciones más detalladas sobre distintos aspectos de la infancia.

En el estudio histórico que realiza L. Kanner, afirma lo siguiente:

 

Los trastornos de la conducta infantil sólo interesaban a los psiquiatras cuando parecían corresponder a un diagnóstico contenido en las clasificaciones de los adultos”. Se trata de una “...reducción casi literal de la psiquiatría adulta a la proporción de lo que pueden presentar los niños”(6).

 

Kanner subraya algo que retomaremos para nuestro trabajo actual: “...en un principio era un interés retrospectivo, histórico, más bien biográfico. Aún no había un contacto psiquiátrico directo con los niños”. Se dirigía especialmente a los primeros años de vida de un paciente que ya había llegado a la madurez o la adolescencia, lo cual implicaba una especie de antología de reminiscencias.

La segunda etapa en esa periodización, según Bercherie, comienza con la publicación –desde la década de 1880– de la primera generación de tratados de psiquiatría infantil (en lengua francesa, alemana e inglesa), y abarca hasta aproximadamente 1930. Se escriben los Tratados de: Maudsley, 1867; P. Moreau de Tours, 1888; Manheimer, 1899; Emminghaus, 1887; Ireland, 1898; y Strohmayer, 1910.

No deja de presentarse, igualmente, cierta versión “calco” de la clínica y la nosología elaborada en y para el adulto. Pero estamos a su vez en tiempos de organización de la clínica clásica de la psiquiatría del adulto (diacrónica, etiopatogénica), con Falret y Morel. Se describen no estados sino enfermedades, desplegando un ciclo de cuadros clínicos a lo largo de una evolución temporal pautada.

Por su parte, la Psicología del niño adquiere alguna autonomía, a nivel mundial, también hacia finales del Siglo XIX(7). Aparecen los trabajos de Taine (1876), Darwin (1887), la reconocida obra de Preyert en 1878, Pérez (1886), y los artículos monográficos de Sully, por 1880.

Ahora bien, al pensar la importancia de este segundo período para la psiquiatría del niño, distintos autores (el texto de Postel y Quetel, la reseña histórica de Kanner, entre otros), consideran fundamental la obra de Kraepelin, en tanto comenzó a separarse la insanía, las formas de la deficiencia mental, respecto de la entidad de aquel autor, la demencia precoz. En este punto, para la historia de los estudios sobre psicopatología infantil se resalta el papel central que cumplió a partir de allí la aparición progresiva del concepto de psicosis infantil fuera del marco de los atrasos profundos. El tratamiento llamado médico-pedagógico, es decir todo el movimiento pedagógico en la naciente paidopsiquiatría del siglo XIX, donde hay que agregar a Binet y a Simon, conocerá su crisis con la aparición de la nosografía de Kraepelin(8).  

Tendrá luego un lugar destacado, por la aplicación que realiza de estas nociones en la práctica con niños, la obra de Sante de Sanctis, quien entre 1906 y 1909 escribe varios artículos dedicados a formas tempranas de la demencia precoz, a las que bautiza demencia precocísima –excluyéndolos del diagnóstico de idiocia o imbecilidad–.

Sigue, no obstante, pudiendo observarse que se trata siempre de encontrar en el niño, –por supuesto junto al retraso, “los síndromes mentales descritos en el adulto...”, primer tema que merece una clara puntuación. Por otro lado, ahora, estos síndromes “varían siguiendo las referencias nosológicas de los autores”: excitación y manía, depresión y melancolía, paranoia, alucinaciones, delirio, locura moral, etc.

Impacta posteriormente la categoría de esquizofrenia, hasta llegar varias décadas después al concepto de psicosis infantiles, junto a diversos esquemas nosográficos elaborados para la infancia.

Y será años después justamente con Leo Kanner como autor central, con quien se configura una tercera etapa, en la que tendrá una influencia preponderante la conceptualización psicoanalítica, cuestión que merece un estudio por fuera de los límites de este trabajo. Mencionemos simplemente que, luego de décadas de un embarazoso proceso de desarrollo, se dará a luz un cuadro clínico observado ya en los primeros años de vida: el autismo infantil precoz. Esto trajo la posibilidad de avanzar hacia una precisión clínica y conceptual no lograda hasta entonces, que llega ahora sí a considerar el amplio espectro de los trastornos psíquicos graves de la infancia, remontándose a las más primarias de las alienaciones, y a lo más temprano del sujeto humano. Este alumbramiento, será, así, crucial, instaurando un antes y un después para los desarrollos en psicopatología del niño. “El cuadro general de las formas graves de la patología psiquiátrica del niño poseyó entonces todos sus contornos, lo único que faltaba era llenarlos”(Cf. Postel y Quetel; 1987).

 

 

Panorama nacional

 

El momento socio-político y la educación

 

Como impronta del final de siglo XIX en la Argentina, desde lo social se observa la problemática generada por el reordenamiento que implicaba la gran cantidad de inmigrantes que irrumpían en el espacio económico y político. Para sintetizar algunas cuestiones que nos interesan a los fines de este panorama, señalemos que la llamada generación del ’80 apunta a la consolidación del Estado Nación, tratando de plasmar la organización institucional dictada por la Constitución Nacional, y se promueve un proceso modernizador que a su vez necesitaría abordar temáticas acuciantes: el problema de la ampliación de la ciudadanía, la conflictiva social en torno del mundo del trabajo, en estrecha vecindad con impactante proceso inmigratorio en curso(9), fueron ejes de todo un movimiento social que se iría desplegando. Y uno de sus objetivos centrales era lograr la nacionalización de las masas, mediante el cepillo de la educación pública. La inculcación del sentimiento nacional tiene una finalidad preventiva del desorden social, plantearán referentes de ese movimiento, como J. M. Ramos Mejía, cuyas preocupaciones nacían de problemas compartidos con el resto de la clase dirigente.

Sobresale en este panorama Ramos Mejía (1849-1914), no sólo por su labor como médico que impulsaría nuevas orientaciones en patología mental, sino especialmente por la forma en que introduce el discurso médico para abordar personajes históricos y hechos sociales trascendentes(10). 

La producción escrita de Ramos Mejía (quien será presidente del estratégico Consejo Nacional de Educación, una de las “palancas” de la educación pública) se inscribe “en el espacio ganado en el ámbito intelectual por la inspiración genérica del positivismo” –según palabras de O. Terán– “Dos son los lineamientos científicos que orientan su escritura: el darwinismo trasladado al ámbito del análisis social, y la psicología de las masas”. Aquella cultura científica en que se enmarcaba, extraía su legitimidad y su verosimilitud del enorme prestigio ganado por la ciencia en el siglo XIX. “Ella aparecía no sólo como dadora de saberes, sino también de dominio y bienestar...”

El médico ocupaba allí un rol de diagnosticador de los males sociales, superpuesto de manera elocuente con los discursos morales/pedagógicos, donde su medicina muchas veces orientaba los caminos a seguir tanto desde una perspectiva política como científica. A su vez, resulta destacable en este movimiento la forma en que el discurso positivista médico es utilizado con éxito en el análisis político y social, y, a su vez, se introduce tanto en el lenguaje como en las prácticas escolares.

A partir del impulso del Estado, será con los años 80 que se organizarán las leyes fundamentales del sistema educativo (escolarización estatal, “obligatoria, gratuita, y conforme a los preceptos de la higiene”, según lo declara J. Zubiaur), y se sistematizan –en medio de interminables polémicas– los planes de escolarización masiva en nuestro país(11). 

Se ponía en práctica aquella directiva solemne, que venía desde Sarmiento, en cuanto al lugar de la Institución Escolar; cuando en 1863 había dictado el decreto que disponía la obligación de los padres de mandar a sus hijos a la escuela.

Por su parte, particularmente entre 1890 y 1920, se produce un movimiento estatal y de la sociedad civil, que va a promover la creación de numerosas instancias de atención y albergue para la niñez y la adolescencia en la Argentina(Carli, S.; 1990).

La organización de infinidad de Sociedades Populares, Centros e instituciones, denota esa creciente preocupación por la niñez, que resultaba novedosa comparada con pocas décadas atrás. Eran además creadas por sectores sociales muy heterogéneos: grupos de vecinos; inmigrantes italianos; padres, maestros y directores de escuela; militantes anarquistas y socialistas, o por la promoción directa del estado (C.N.E.). Algunos de sus nombres nos hablan del lugar que iba otorgándose para la infancia: Sociedades Pro-infancia, el Club de madres de Avellaneda, o El pueblo y la escuela.

La concepción del niño se deslizaba en este ámbito a considerarlo bajo el ideal del futuro ciudadano, como meta político-educativa, en paralelo con el concepto de niño entendido como futuro adulto, que sostenía por entonces la ciencia mental.

La salida definitiva de la escuela es particularmente peligrosa para el niño” decía Roberto Gache, en consonancia con la época, en su conocido estudio sobre la delincuencia precoz(Gaché; 1916).

Aunque no profundizaremos en esto ahora, al reseñar la producción escrita de la época, e indagar en los dispositivos de asistencia respecto de la infancia denominada “anormal”, se desprende que muchas veces se confundía esa categoría con la infancia desamparada, quedando esa confusión a merced de la instalación de sistemas que permitieran un control, bajo la consigna de la protección de los desviados, esta vez en los primeros años de sus vidas y, por ende, de sus familias. El hijo del inmigrante, como fue dicho, tenía que ser especialmente atendido.

 

El desarrollo científico y las nuevas disciplinas

 

Del terreno científico, subrayemos que estamos en una etapa de constitución de las especialidades médicas, en que se empiezan a sistematizar la particularidad de los campos de conocimiento y sus aplicaciones técnicas, a través de la instauración de Cátedras, Publicaciones y Servicios asistenciales que iban delimitando las áreas científicas, compartimentando los distintos espacios de saber y la incumbencia de nuestros especialistas, que empezaban a ser reconocidos como tales.

Algunos antecedentes cercanos a esta temática, que irán componiendo el mosaico final. De 1883 data la primera Cátedra dedicada a la Clínica pediátrica, en la Facultad de Medicina de la UBA, a cargo del Dr. Manuel Blancas. Y hay que llegar a 1897 para encontrar alguna publicación que dé cuenta de cierto espacio de divulgación de trabajos cuyos especialistas se dedican a la atención médica de la niñez: se crea la Revista del Hospital de Niños de Buenos Aires.

En cuanto al desarrollo de lo que será la psiquiatría en nuestro país, ubicamos entre 1870 y 1900 el inicio en Buenos Aires de la primera matriz disciplinar de la medicina mental o freniatría, tal como lo define J.C. Stagnaro en su estudio sobre la recepción de las ideas psiquiátricas europeas en los profesionales locales, recomendable para profundizar en el tema(Stagnaro; 1997). El personaje que lidera ese grupo es el Dr. Lucio Meléndez, estableciendo una nosografía con matices particulares, utilizando fuentes que se equiparan especialmente con escritos como los de Carreño y Torino.

Por su parte, en cuanto a la Psicología como disciplina científica, ésta nace en Argentina claramente bajo el ideario positivista, dispuesta a intervenir en un espacio en que superponen objetos de conocimiento y problemas prácticos (podemos remitirnos a las investigaciones de H. Vezzetti). Los primeros desarrollos académicos en el país se ubican justamente hacia el cambio de siglo: a partir de 1896, con la creación de la Facultad de Filosofía y Letras, con la materia Psicología dentro de su plan de estudios. En 1901 H. Piñero comenzó a dictar un curso de Psicología experimental y clínica, con profesores como J. Ingenieros y F. de Veyga. Según Ingenieros, esta cátedra se alineó en tres rumbos fundamentales: “Charcot, Wundt con su línea experimentalista, y Ribot”.

Sus temas y problemas no pueden separarse de la “esfera pública”, de la acción sobre “las problemáticas sociales e individuales que afectaban los procesos de modernización de la sociedad y del estado argentino en ese período”. Buscaba el conocimiento científico de la evolución individual y de las sociedades, y de sus manifestaciones patológicas(12). La nueva disciplina se ubica en ese impreciso lugar intermedio entre la biología y las ciencias sociales, en la formación de un discurso que no resultaría para nada homogéneo.

De manera articulada con lo que veíamos del contexto político-social:

 

en la enseñanza de la psicología también estaba presente una cuestión práctica, la de fundar una intervención racional sobre las problemáticas sociales e individuales que afectaban los procesos de modernización de la sociedad y del estado argentino en ese período”(Talak, Ana M., 2000).

 

Ya desde un texto fundacional para los diversos historiadores del campo Psi, la escritura de José Ingenieros rescata la obra de Víctor Mercante y Rodolfo Senet (posterior a 1890), al reseñar lo que llama la Psicología Pedagógica, entre las contribuciones que marcan los orígenes de la ciencia psicológica. Podemos sumar a ello ciertos aspectos de la obra de Piñero, a comienzos del siglo XX, como aportes que permitieron integrar una serie de trabajos, donde se va delineando una teorización que intenta reflexionar sobre la psicología del niño.

Resulta útil sintetizar algunas referencias de aquellos dos autores provenientes del campo pedagógico, para ubicar el horizonte científico de los precursores argentinos, y poder apreciar otras vertientes de esa trama en formación a la que nos referíamos en la Presentación. En ese movimiento destinado a definir un dominio propio de objetos, problemas y métodos para la psicología como disciplina científica, aquella “psicología infantil” dejará su marca a partir de uno de sus máximos exponentes, Rodolfo Senet. Desde su formación como pedagogo, Senet ubica a la Psicología Infantil en el encuentro de las doctrinas de la evolución con los problemas de la educación. Con influencias positivistas del ideario de Comte, intenta centralmente la aplicación de los modernos enfoques de la biología y la fisiología al campo de la educación.

Entre sus trabajos se destacan, en 1901, el texto “Evolución y educación”, y “Elementos de psicología infantil”, de 1911, expresando su producción una psicología “no para la intervención directa –mucho menos una práctica clínica”, sobre el niño, sino para “uso de los educadores”. En su texto “Elementos de Psicología Infantil”, dirá que “el laboratorio de psicología infantil es la escuela”, ya que la aplicación inmediata de dicha psicología está en la educación. Se destaca igualmente su esfuerzo por diferenciar asimismo la psicología del adulto de la psicología infantil, diciendo que el conocimiento de aquella no implica la posesión de los elementos de la psicología infantil. Se hace necesario entonces conocer la evolución psicológica individual(Senet; 1911). Da cuenta de un interés por la psicopatología, y dirá algo sumamente sugerente, tanto para la época como para los debates que vendrán a posteriori: “si al hablar de psicología nos vemos obligados a especificar de qué psicología se trata (...), si es infantil, de la adolescencia, de la pubertad, de la edad viril o de la vejez, tratándose de psicopatología es menester, por lo menos, deslindar si se trata de la infantil o de la del adulto”(13). 

Debe puntualizarse además que Víctor Mercante (1870-1934), de gran prestigio entre sus contemporáneos, alumno de la Escuela Normal de Paraná, fue pionero de los estudios en Psicología y pedagogía experimental, con su laboratorio de psicofísica en San Juan, desde 1891. Se interesará por los grandes grupos humanos que eran objeto de la educación, y, de manera ilustrativa de este entrecruzamiento de disciplinas en que se insertaban estos desarrollos, incursiona en áreas como la criminología infantil, con trabajos que publica Ingenieros. Cabe consignar que hasta C. Lombroso, en 1902, ubicaba a este argentino entre los primeros en “aplicar los métodos experimentales a la psicología pedagógica”, siendo en el plano internacional también elogiado por sus trabajos sobre psicología infantil por Ribot.

Mercante se interesó especialmente por la pubertad, y en relación a los estudios sobre los sueños se contactó con Santé de Sanctis, llegando a entrevistarse con Freud (comenta ese encuentro en su texto “La paidología”). Tenía el proyecto de hacer una investigación, diría, en 800 a 1000 niños. En 1899, Mercante ve la posibilidad de una semiología onírica para médicos. Pero entonces, dice después, “no imaginaba el clamoroso suceso de una ‘onirocrítica’ moderna, merced a Freud y sus discípulos”.

Pasando al plano del discurso jurídico, también el control penal de la niñez y adolescencia comienza en las dos últimas décadas del Siglo XIX, centrada en la preocupación por los hijos de los inmigrantes, a tono con el marco referido. Y en este contexto, cabe subrayar que la Institución escolar será el instrumento más importante de reproducción ampliada de la categoría Infancia, que será sujeto de diversos mecanismos de control social específico. E. García Méndez afirma: “hasta por lo menos mediados del S. XIX, la historia de la infancia es la historia de la escuela”(14).

No existe hasta ese momento un control socio-penal específico: antes de 1890 no había surgido un planteo diferenciado desde lo jurídico, en el sentido de su institucionalización a través de tribunales, establecimientos con algún nivel de especialización e instrumentos legislativos, de protección de la infancia, como sí se va a constituir en las dos décadas siguientes.

Algunos datos de esa realidad en este plano: en primer término, se van a producir una serie de novedades legislativas, entre 1886 y 1906, de protección de la infancia, del control que deben ejercer los padres, así como de la responsabilidad e imputabilidad de los menores(Larrandart; 1990). En 1892 se crea el Patronato de la Infancia, y en 1906 es el propio Ramos Mejía al que veremos actuar, ahora en su carácter de diputado, en un Proyecto de Código Penal, en el que se declara exentos de responsabilidad a los menores de 14 años, y la disposición a cargo de un Juez hasta los 18 años “si resultare peligroso” dejarlos en manos de sus padres o guardadores. También aparece denotada una falta de especificidad del control penal en el hecho de que no hubiera establecimientos de detención para menores, destinándose hacia fin de siglo una sección para los mismos dentro del Departamento de Policía. La primera institución específica fue fundada en 1890, la Casa de Corrección de Menores Varones, que los incluiría hasta los 18 años, condenados y a disposición de Defensores de menores o de la Policía; donde se suma posteriormente a huérfanos menores de 10 años.

Tendrá utilidad acercar finalmente algunos otros datos, en cuanto a la atención institucional de la infancia, en tanto permiten describir con mayor precisión el terreno en que aparecen las dos tesis de los autores argentinos.

Recién pueden rastrearse dispositivos de asistencia públicos, con alguna autonomía respecto del tratamiento de adultos, alrededor de 1899, en el Hospicio de las Mercedes, siendo director Domingo Cabred, con la formación de una escuela especial para frenasténicos(Ameghino, A.; 1923). Esa escuela especial dedicada a idiotas y arriérés habría funcionado allí hasta 1915(15), cuando los enfermos fueron ubicados en el Asilo-Colonia de Torres, reunidos con pacientes que venían del Hospital Nacional de Alienadas.

Con anterioridad, viene de 1857 la fundación de la Escuela particular de sordomudos, institución que según los autores de la época fue la primera dedicada a la educación de anormales en la Argentina. Creada por Carlos Keil, atendía también deficientes mentales.

Igualmente, antes de 1915, en distintas fuentes de la época, diversos autores se lamentan por la ausencia de una escuela especial para niños anormales o que padecen idiotismo, tal cual dará testimonio el cierre del escrito de Carreño. Esto es planteado, por ejemplo, en la Estadística del Consultorio de Enfermedades Nerviosas del Hospital de Niños de Bs. As., realizada por J. A. Estevez, en 1904. Y la Publicación Oficial del Patronato y Asistencia de la Infancia, de 1892, finaliza alertando que “la necesidad de las escuelas de idiotas ha sido pues provista en todos los paises civilizados y es ya tiempo que la Argentina establezca por lo menos en la capital, una escuela para idiotas aneza al manicomio y bajo la dirección de un institutor competente”. En una nota muy ilustrativa, que nos habla también de algún lineamiento nosológico, se detalla allí que “el censo de 1887 arroja para la Capital un total de 65 cretinos. Como las designaciones de idiotas, imbéciles, etc, no figuran en dicha operación censal, puede suponerse que los últimos defectos físicos han sido probablemente englobados bajo la clasificación de cretinismo”. Agrega elementos a esta situación el informe de Antonio E. Coni, en 1891, cuando redacta un Plan de estudio para la Comisión de Asistencia y Protección de la infancia, donde dice que se debe “propender a que en los Manicomios de la Capital se establezcan como de pendencia de dichos Asilos, escuelas de idiotas, cretinos, imbéciles, etc., para que estos desgraciados no permanezcan en un completo abandono intelectual”.

En la “Psiquiatría Argentina” de Antonio Guerrino se lee que por aquellas décadas, hasta las primeras del siglo XX, “los deficientes de ambos sexos recibieron educación moral, profesional o intelectual en los siguientes establecimientos oficiales: Instituto Tutelar de Menores, Colegio Nacional de Menores Marcos Paz, Reformatorio de Menores Abandonados y Delincuentes (Olivera), Asilo Correccional de Mujeres, Asilo San Miguel y Casa de Expósitos”.

Durante 1920 va a organizarse en Buenos Aires el Instituto Psicopedagógico para niños nerviosos, donde participan, entre otros, una de las figuras de los años siguientes en la especialidad: Lanfranco Ciampi.

De la mano de Ciampi se crea además en 1919 la primera Cátedra de Neuro Psiquiatría Infantil del mundo, en la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario, que empezará a funcionar casi dos años después.

 

 

Las Tesis

 

Estudio sobre la locura en los niños (1888)

 

Leónidas Carreño inicia su Tesis con una breve reseña histórica, en la cual refiere descripciones de delirios en la infancia a partir del Siglo XVI, desde los citados por Dissort en su tratado de Patología (1755). De Esquirol dice que en la comunicación de sus casos los delirios son raros (salvo casos de idiotismo), habiendo observado muchachos de 8 y 9 años con manía y melancolía. Escribe que, en 1820, Joseph Franck cuenta historias de dos niños maníacos, de 2 y 10 años. Broussais, Deboutteville y Guislaini (sic), entre otros, citan también casos de melancolía y epilepsia. Considera necesario, para un verdadero estudio de las afecciones mentales en los niños, llegar a la tesis de Paulmier, siguiendo desde esa época “trabajos sobre la materia” de Browne en Inglaterra, Berckham en Alemania, y Legrand du Saulle, Ball, Voisin y Moreau de Tours (Paul), en Francia.

Al comenzar el análisis del texto, valoramos en primer término que está claramente en conocimiento de los desarrollos psiquiátricos europeos, de manera muy significativa, trayendo asimismo en sus consideraciones medicolegales a un autor contemporáneo como C. Lombroso, además de ser exactamente del mismo año de su tesis (1888) el escrito de M. de Tours, editado en Francia, apreciado por ser un tratado pionero sobre la locura en la infancia.

Ahora bien, en este sorprendente estudio de Carreño, que contó con la aprobación de la jerarquía de notables que componían el jurado académico (el decano Dr. Cleto Aguirre, y, entre otros, los Dres. José M. Ramos Mejía y Lucio Meléndez), observamos un primer detalle, altamente llamativo: toma con muy leves variaciones el índice temático del libro de Paul Moreau de Tours (ver Anexo II), y el estudio histórico que realiza es una traducción cercana de aquel texto, que se diferencia en apenas matices. Enumera casi los mismos autores, fechas, historias clínicas, etc. Al encontrar estas coincidencias, en lo que sigue se incluirá, como parte del enfoque metodológico, el cotejo de otros capítulos del libro del autor francés con el texto de Carreño.

En el estudio de las causas de las afecciones mentales en los niños, también se aproxima a una reproducción del planteo de Moreau de Tours. Diferencia entre: causas morales (generales e individuales), y físicas (generales y particulares al individuo). A grandes rasgos, establece el siguiente esquema:

1. Morales generales: herencia, degeneración, imitación, costumbres, educación.

2. Morales individuales o particulares: carácter, impresiones violentas, pasiones, sentimiento religioso, exceso en el estudio, etc.

Las causas físicas, se dividen en:

1. Generales: edad, pubertad, climas, temperamentos, onanismo, etc.

2. Particulares o dependientes del individuo: afecciones agudas, meningitis, dentición, traumatismos cerebrales. Dentro de estas reflexiona sobre el uso del alcohol y el tabaco, en lo que aparece como uno de los fragmentos con más connotación ideológico/valorativa, en el sentido de remitir a cuestiones sociales de tono moral.

Se separa al hacer el estudio de las formas, existiendo en el libro de Moreau una distinción entre formas puramente nerviosas y formas psíquicas, que no es tratado explícitamente en esta Tesis.

De manera original incluye, por su parte, observaciones de casos, y un capítulo referido al tratamiento(16). Escribe además sobre tres ítems, similares a los de Moreau: Diagnóstico, Pronóstico y Consecuencias médico-legales. No aparece tratado de manera destacada el punto con que Moreau finaliza su libro: “Cuidados y medidas de protección”, aunque al iniciar sus consideraciones sobre el tratamiento pondera lo referido a las medidas profilácticas, de prevención.

Además de tomar centralmente, a lo largo de su estudio, conceptos y elementos nosográficos de Moreau de Tours, se destacan también de manera explícita Morel, Legrand du Saulle (de quien rescata las consideraciones médico-legales), y Esquirol, cuya clasificación trae de manera recurrente en las Observaciones clínicas.

En sus Observaciones, presenta 10 pacientes del Hospicio de las Mercedes, con edades que oscilan entre los 4 y los 15 años. Habla de casos de Locura epiléptica (3 pacientes), de idiotismo (4 niños: de 1° y 2° grado, y del 3er grupo de la clasificación de Esquirol), melancolía depresiva en un niño de 6 años (lipemaníaco), excitación maníaca (sus referencias son Pinel y Esquirol), y explica que algunos de los cuadros clínicos evolucionan hacia la demencia (en 3 de esas observaciones).

En el capítulo dedicado al Diagnóstico, no se ubica centralmente en el niño –y tampoco se esbozan cuestiones referidas a la problemática que implica en la historia de la psiquiatría establecer su nosografía–, sino en los “inconvenientes para el médico mismo de diagnosticar la locura, por la dificultad para ponerse en relación con el alienado”. En el final del apartado dirige su atención “a las formas que con más frecuencia se presentan en la niñez”. Divide entre:

1. Afecciones convulsivas (corea, histeria, epilepsia).

2. Suspensiones de la inteligencia (idiotismo, imbecilidad, cretinismo).

De estos dos grupos de enfermedades, dice, “no tendremos gran dificultad en clasificarlas”.

3. Perseguido. Locura razonada. Delirio parcial y locuras simuladas. A su criterio, son más difíciles de diagnosticar.

4. Delirios por intoxicación. Se distinguen por los síntomas concomitantes que presentan.

Aparece sí una mención más específica respecto de la niñez al reflexionar sobre el Pronóstico. Su tesis general es que “cuanto más joven es el loco, es más fácil de curarlo o presenta más probabilidades de curabilidad...” Toma apreciaciones de Ball, quien siguiendo esa línea establece una relación inversa entre curabilidad y cronicidad.

En cuanto al Tratamiento de la alienación mental, dice, consiste en medios profilácticos, no existiendo diferencias en el niño y en el adulto. La terapéutica moral de la infancia debe ante todo prevenir el desarrollo de la enfermedad en caso de predisposición hereditaria.

La “secuestración” es el medio curativo cuando el delirio estalla, debiendo luego ponerlos “en contacto con los cuerdos” una vez que ha pasado “el período activo de la frenopatía”. El tratamiento físico lo divide, de acuerdo a Ball, en “higiénico, médico y farmacéutico”. En el higiénico, considera la necesidad del trabajo, principalmente “el agrícola... que ha dado buenos resultados”, además de la música y la actividad intelectual. Para el tratamiento médico, también sigue las indicaciones de Ball, referidas a la administración de sedantes, revulsivos y excitantes. Apela a la autoridad del Dr. Meléndez en la indicación de otras sustancias farmacéuticas (sulfato de quinina para la locura periódica, por ejemplo). Manifiesta que la medicación farmacéutica, rechazada durante mucho tiempo, vuelve a ocupar un “rango distinguido” para las vesanías. En el uso de los “opiados”, discrepa con Moreau de Tours, que sería de la opinión de “proscribirlos del tratamiento de la psiquiatría infantil”, planteando que medicamentos como la morfina han tenido éxito, aunque sugiere que no se haga un “uso inmoderado y frecuente” con los niños por la “poca tolerancia” que tienen.

Dedica algunas palabras finales a la temática de la “restricción”, que era motivo de largas discusiones entre los alienistas. Alude a polémicas de la psiquiatría inglesa, a Ball, a Pinel, considerando una exageración de las reformas de Pinel el hecho de prohibir la camisola de fuerza, dejar abiertas las puertas de los asilos, y dar “libertad a los locos”, quejándose de la inexistencia de un “personal suficientemente instruido” para el manejo de los enfermos en caso de implementarse un sistema así. Es partidario de llegar a un “sistema mixto”, una restricción con justos límites, siendo accesorio hacerlo “con la camisola o con la fuerza muscular”. Dirá al finalizar que “se siente la necesidad urjente de tener entre nosotros un establecimiento apropiado, donde estos desgraciados seres bayan a buscar el bálsamo bienhechor...”(17).

 

 

Autores mencionados por L. Carreño

 

Ball, Berckham, Broussais, Browne, Lombroso, Calmeil, de Paulmier, Deboutteville, Devay, Dissort, Esquirol, Guislain, Franck,  Labruyière, Meléndez, Legrand du Saulle, Moreau de Tours (Paul), Pottier, Renaudin, Ribot, Tuke, Voisin, Ramos Mejía.  Benjamín Ball es una fuente reiterada, especialmente en el capítulo sobre Tratamiento.

 

Emociones depresivas en la infancia (1890)

 

La otra tesis cercana en el tiempo, de Martín Torino, tiene el sugerente título de “Emociones depresivas en la infancia”, y muestra también una importante actualización en la bibliografía de la época. Este novel médico centra su trabajo no en la intervención clínica con niños, como Carreño, sino en el estudio de los efectos que “las impresiones morales de la infancia” ejercen sobre el hombre, adulto, para pensar desde allí lo que producirán las emociones sufridas en la niñez.

Se interesa particularmente en cuestiones anatomopatológicas, dedicando una primer parte de su estudio a temas como: Anatomía y fisiología del cerebro, Herencia, Degenerescencia, y Automatismo cerebral. Después ahondará en fenómenos como los miedos, pesadillas, ensueños, y terrores nocturnos. También escribe sobre las ilusiones y las alucinaciones, en una perspectiva de escasa diferenciación niño-adulto.

Entre sus contemporáneos argentinos, cita justamente a Ramos Mejía, y al pediatra Ricardo Gutiérrez, entre otros. De los desarrollos europeos, en una pormenorizada referencia de numerosos autores, se destacan Charcot, Janet, Ribot, Falret y Luys(18).  

Una más que interesante referencia se encuentra en el ítem denominado Automatismo cerebral, al anotar que para el estudio de éste toma por punto de partida “las relaciones entre consciente e inconsciente”. Alude entonces a las discusiones entre “fisiólogos y psicólogos, sobre una serie de fenómenos psíquicos, y por ende cerebrales, que escapaban a una explicación satisfactoria”. Describe el surgimiento de la “fisiología psicológica o psicología experimental”, diciendo que empieza a existir acuerdo a partir de los importantes trabajos de Beaumez, Binet, Charcot, Janet, Ribot, Richet y otros. Transcribe allí un texto de C. Sigaud de ese mismo año (1890), donde afirma que la conciencia es “un fenómeno contingente, como un agregado por decir así, accesorio de los estados mentales”, y cita a Ribot respecto de su utilización del término inconsciente.

Escribirá, hacia el final de su estudio:

 

Las impresiones fuertes, las convulsiones profundas del sistema nervioso, no tienen siempre, lo repetimos, una acción manifiesta en el instante mismo en que son determinadas; pero ahí quedan (...), y sus consecuencias suelen funestamente denunciarnos sus efectos, –cuando muy buenos– bajo la forma de un recuerdo desagradable que cosquillea siempre en la memoria.”

 

El capítulo de la Tesis titulado Profilaxia del miedo, está más especialmente dedicado a la niñez, con un subtitulo donde se refiere a la Higiene de la Educación, la Instrucción, etc. La frase que encabeza este capítulo nos habla de los vientos del moderno positivismo que soplaba por estos aires: “Uno de los signos evidentes del progreso de la medicina en nuestro siglo, es la participación directa que en la pedagogía contemporánea tienen las conquistas de la fisiología experimental”. Vemos una clara coincidencia con el planteo que traíamos de R. Senet, cuya obra se propone buscar explícitamente la “aplicación de los modernos enfoques de la biología y la fisiología a la educación”. Este capítulo fue publicado, en 1893, en dos números de los Anales del Patronato de la Infancia, subtitulada Revista de Higiene Infantil, con el título “Los miedos en los niños”(19). 

El “terreno de aplicación práctica de los principios fisiológicos”, su “preferido campo de acción”, lo lleva a hacer “casi pedagogía”, dice. Las conclusiones a las que llega en este trabajo, lo habilitan a deducir los “medios de higiene física y moral”, que sirvan de “profilaxia a las emociones depresivas en general”. La Higiene de la educación, está para el autor centrada en la madre: nada debe escapar a su “observación prolija”, si “conoce su delicada misión”. El médico al que le interesa la “salud nerviosa de la infancia”, desde sus preceptos, actuará prioritariamente sobre la madre, y las condiciones de la crianza. “La madre hace al hombre desde que amamanta a su hijo...”, sentenciará. Habla de los peligros al entregar el cuidado de un niño “en manos de la nodriza”, y alerta sobre las “narraciones” que van a tener “funestas consecuencias”. Debe vigilarse todos los detalles de la crianza: hasta un “juguete mal elegido” puede tener una influencia trascendental, y ser un “semillero de perturbaciones nerviosas...”.

 

 

Autores mencionados por M. Torino

 

Baillarger , Ball , Ballet, Beaumez, Bernard, Bibot, Binet, Bosch, Bouvier, Brown Secquard, Buchner, Byasson, Cordes, Cullère, Charcot, Darwin (Ch.), Debacker, Descuret, Duval, Esquirol, Falret, Flourens, Gall, Gratiolet, Griesinger, Grimard, Gutierrez (Ricardo), Janet,  Justo, J.B., Laforgue, Legrain, Luys, Magnan,  Moreau de Tours, Morel, Mosso, Michea, Ramos Mejía, Régis, Ribot, Richet, Rivarol, Rouillard, Schiff, Sigaud, Simon, Tamburini, Voisin, Westphal ( De estos autores, cuyos textos cita en su mayoría en idioma francés, aquellos que se destacan especialmente en la Tesis son indicados con letra itálica).

 

Entre anticipaciones y conclusiones...

 

La recuperación histórica de estos textos permite dar cuenta de algunas modalidades de asistencia terapéutica de la niñez en nuestro país por aquellos años, y las formas de pensarla, así como las características, logros y limitaciones de las mismas. Resultan de utilidad, por otra parte, para aportar al análisis sobre cuales eran las bases sociales y científicas de la época, que sustentaban estos trabajos, y anticipar algunos lineamientos que luego se irían dando en esta temática.

En cuanto al contenido conceptual de las Tesis, anotemos que aparecen de manera recurrente nociones referentes al llamado paradigma psiquiátrico de la Alienación Mental, de Pinel y Esquirol, tendiendo a copiar la semiología del paciente adulto, por ejemplo en categorías como la excitación maníaca, la lipemanía, el cretinismo o la demencia. Tal cual se enunciaba en trabajos de la época, los psiquiatras buscaban en el niño “los mismos síntomas, aproximadamente, que en el adulto”(20).

En el recorrido hecho por Carreño, se presenta indiferenciada toda una variedad de cuadros clínicos: al no poder aplicar fundamentos semióticos que dieran especificidad a los trastornos graves en la niñez, van quedando fenómenos diferentes (y la problemática que enfrentaba el médico), demasiado reducidos al modelo de la deficiencia mental, su gravedad y su posibilidad de recuperación en cada caso. Afirma, por ejemplo, que a los 7 años, “cuando se cree generalmente que termina la infancia, todos los autores dicen que la locura es rara, salvo casos de idiotismo o imbecilidad...” Cierta persistencia en simplificar el criterio nosológico, lleva entonces a formar un conjunto con trastornos muy heterogéneos, bajo el paraguas de categorías cuya caracterización para la infancia es en Carreño la de “suspensiones de la inteligencia”, como el idiotismo o el retraso mental. No obstante, se destaca especialmente su original intento de conceptualización sobre todo al abordar los Casos clínicos, las cuestiones prácticas, y las atinentes al Tratamiento –siendo este un ítem no considerado explícitamente por Moreau de Tours–. Si intentamos remitirlo a periodizaciones de la historia de la locura en la infancia, pese a los elementos anteriormente señalados, y su referencia privilegiada a la clasificación de la deficiencia mental de Esquirol, podemos pensarlo en un momento particular, entre aquellos dos primeros períodos planteados por Bercherie: nos apoyamos para esto en sus alusiones a Morel (en quien pueden encontrarse conceptos que implican una observación sobre la alienación en la infancia), y en diversos aspectos que se rescatan de la obra de Moreau, pensada como un Tratado que marca un cambio de época para la psiquiatría infantil en Francia. La teorización de Carreño, y su prematura clasificación de la patología mental infantil, apoyada entonces en la ciencia francesa, nos permite a su vez encontrar claras coincidencias con los alienistas argentinos de la época. En especial, remite a esa matriz disciplinar que estaba en aquellos años construyéndose en la Argentina alrededor de Meléndez, para la psiquiatría del adulto(21).  Ya en la presentación de la tesis, se nombra como alumno del mismo. Otro dato de interés es que muchos de los autores con reconocida influencia en Meléndez aparecen en diferentes capítulos de este Estudio, aunque la mayoría de esos médicos europeos de referencia, en este contexto, prácticamente no escribieron sobre psiquiatría de la infancia, salvo –como decíamos– Moreau de Tours, y escasos fragmentos que de manera accesoria pueden encontrarse en algunos de los especialistas mencionados. Concluyamos entonces que, con ese modelo nosográfico y conceptual todavía en proceso de consolidación en la Argentina, resulta complejo pensar (si tomamos en cuenta lo sucedido en otros países) que pudiera tener una delimitación más precisa lo referido a una doctrina psicopatológica para la infancia.

Torino, por su parte, con un tono más ecléctico, oscila entre el apoyo en principios fisiológicos, anatómicos y del funcionamiento cerebral y, por otro lado, cuestiones sobre la infancia desde una perspectiva preventiva, que por momentos ubica como psicológica, con detalles pedagógico/morales, dirigida especialmente al niño.

Pese a que no explicita su adhesión a los postulados de Meléndez y su grupo, coincide con Carreño al sustentar algunas afirmaciones en figuras como Morel y Esquirol, y en una recurrente referencia a Ball, apareciendo así fuentes que tenían una fuerte inscripción entre los psiquiatras argentinos(22). La influencia casi exclusiva de la escuela francesa queda denotada en la lista de textos que menciona, cuyos títulos además en su mayoría son presentados en ese idioma, sin traducción al castellano. No se acerca sin embargo a planteos nosográficos, ya que tampoco hacían al objeto de su tesis. Merece no obstante una dedicatoria especial su llamado a investigar la modalidad en que las emociones de la infancia aparecen en el origen de algunos trastornos que se producen durante la niñez, y/o se liga a determinados síntomas del hombre adulto(23)  –cómo hay algo imborrable que afecta de manera definitiva el futuro de un sujeto–. No es un dato menor que ambas Tesis se producen en un espacio previo a muchos estudios referidos a la niñez, que vendrán cerca de veinte años después, y sin contar con los elementos conceptuales que traerá la perspectiva psicoanalítica, aunque distintas consideraciones que realizan nos remiten hoy a ese pensamiento.

A partir de las condiciones científico-culturales existentes, puede explicarse (y nos anticipábamos con esto a las conclusiones) que esas primeras Tesis no tuvieran en su época mayor relevancia académica, ni influencia expresa sobre las prácticas y dispositivos clínicos con niños por esos años, aunque debe destacarse que los textos de estos autores, tienen el valor de ser voces que intentan aproximarse con mayor o menor precisión a una problemática sumamente compleja, en un terreno desierto por aquellos años.

Finalmente, en relación al clima político-social en que se insertan, ambos trabajos van a incluirse en aquel movimiento cultural que comenzaría a delinear una intervención –más educativa que terapéutica– sobre la niñez, que estaba pasando a ser objeto de mayor atención y cuidado, dejando reflexiones sobre la educación y la crianza en las cuales se materializa cierto peso ideológico de esa cultura, con preceptos que resultan coincidentes respecto de escritos posteriores como los de Mercante o Senet. No obstante, podemos concluir que se ubican en una posición enunciativa diferente a la de los autores provenientes de la Pedagogía: tanto Carreño como Torino destinan sus esfuerzos de manera definida al sujeto individual, e incluso a su entorno (familiar y social), pero queda prácticamente de lado la obsesiva preocupación por el cuerpo social, o por contribuir de manera privilegiada con su especialidad a la salud colectiva, la salud de la patria, como se proponían muchos de sus contemporáneos que se dedican desde la educación a la atención de la infancia.

En el ámbito específicamente psiquiátrico, además, representan propuestas que preanuncian con muchos años de anticipación, cronológicamente pero también desde lo conceptual, la producción de autores como Lanfranco Ciampi, en una disciplina post-kraepelineana, desde la década del ‘2024. 

Cómo no valorar, entonces, el empeño de estos médicos que, varias décadas antes que el grupo de Ciampi, y que los primeros trabajos psicoanalíticos con niños en el mundo, abordan, con la rigurosidad y los límites de su tiempo una problemática clínica que aún hoy resulta tan árida como polémica  u

 

 

* Psicólogo. Psicoanalista. Prof. Titular Adjunto de Práctica Profesional Fundamentos Clínicos del Acompañamiento Terapéutico, Fac. de Psicología (UBA). Miembro del Capítulo de Historia y Epistemología de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) y del Consejo Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia.

E-mail:grossi @sinfomed.org.ar

 

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Notas:

1. Buzzi, Alfredo; “Académico Doctor Martín Marcos Torino (1863-1955)”; Colección Academia Nacional de Medicina, Volumen VIII, Buenos Aires, 2000.

2. “Las tesis doctorales en los albores de la Psiquiatría argentina”, en Revista Temas de Historia de la Psiquiatría Argentina, Nro. 9, Bs. As., Edit. Polemos, 1999.

3. Entre las fuentes de información, se analizaron las siguientes revistas y publicaciones periódicas, cercanas o paralelas a los años de las tesis: de la Revista Médico-Quirúrgica revisé dos períodos, uno inicial 1864-1868, y los años que llegan hasta el final de su publicación 1880-1888); de la Revista La Semana Medica, se tomaron los primeros años, que se aproximan a las tesis (1894-95); igualmente con los Anales del Círculo Médico (1877-1891); y los Anales del Patronato de la Infancia, el año de comienzo, 1893, hasta 1896. Agradezco las sugerencias de J.C. Stagnaro, y su colaboración en la búsqueda bibliográfica, para este trabajo de investigación que vengo realizando a partir de 1998 desde el Capítulo de Historia de APSA, destinado a estudiar los comienzos de esa construcción de lineamientos psicoterapéuticos referidos a la atención de la infancia en nuestro país.

4. Los autores que se expresan aquí promovían de manera predominante la psicología experimental.

5. Cf. Bercherie, P ; Génesis de los conceptos freudianos. Bs. As., Ed. Paidós, 1988.

6. Puede verse además en su texto “Psiquiatría infantil” su propia interpretación respecto de los comienzos de la psiquiatría de la niñez, donde subraya que “la psiquiatría comenzó a interesarse por primera vez en la niñez” con el inicio del siglo XX. No obstante, escribe, “La clínica específica del niño, con sus propios conceptos, no se estableció realmente sino luego de la segunda década del siglo XX”.

7. Bercherie, P., Génesis de los conceptos freudianos. Bs. As., Ed. Paidós, 1988.

8. Sin embargo, al coronar esta historia con un “todo empezó con Kraepelin..” tenemos que destacar la siguiente paradoja, que marcará la clínica hasta los tiempos del psicoanálisis. Ni su interés ni su conceptualización está enfocado hacia los trastornos psicopatologicos que suceden en la niñez; solamente describirá los comienzos juveniles, al hablar de la hebefrenia. Entonces: ¿se tratará aún de prehistoria? Más bien, diríamos que en el origen mismo de esta historia podemos encontrar muchas dificultades de la clínica de la infancia, que aún hoy son objeto de controversias. Como ser, la que insiste en la oposición entre reduccionismo o especificidad al abordar la infancia, que se remonta a los comienzos de la psicología del niño. Al respecto, Bercherie plantea dos corrientes de pensamiento (cuyos paradigmas estarán en Baldwin y en Sully): para una, la psicología del niño se caracteriza por su simplicidad, donde existe una transparencia en la vida mental del niño (subsistiendo el adultomorfismo clásico). La segunda, con Sully, subraya la heterogeneidad del pensamiento del niño respecto del pensamiento adulto, destacando la dificultad para descifrar a los niños; y no solamente por su reticencia y timidez. En los debates psicoanalíticos lo seguimos escuchando, más de una vez: ¿Hay una sola clínica? ¿No hay diferencia niño-adulto? ¿Se trata simplemente de una cuestión de sujeto?.

9. Se trata extensamente en Larrandart, Lucila; Prehistoria e historia del control socio-penal de la infancia; cómo en nuestro país se multiplica la población entre 1875 y 1895, llegando a 4.000.000 de habitantes, aumentando además hasta 1914 en gran proporción el porcentaje de población urbana. La complejidad del proceso de inmigración, y sus variaciones en relación a las políticas que la sustentaban, es motivo de numerosos trabajos históricos sobre la época.

10. Desplegamos con mayor extensión esta temática en el trabajo presentado en el XVII Congreso Argentino de Psiquiatria de A.P.S.A., Mar del Plata, 2001: Los discursos políticos y el inicio de las prácticas psicoterapéuticas con niños en Argentina.

11. J. Zubiaur, en su Sinopsis de la educación en la Argentina, de 1901, informa que en 1869 había solamente 310.000 personas alfabetizadas, mientras que ese número asciende a 1.480.000 en el año 1895.

12. “El conocimiento de la evolución individual y de las sociedades, y de sus manifestaciones patológicas constituía la base científica a partir de la cual los educadores, los políticos, los intelectuales y los hombres de ciencia pretendían deducir las formas más eficaces de intervención”. (Talak, A. M.; 2000).

13. “Las manifestaciones anormales de la actividad de los centros psíquicos en el niño difieren de las de los adultos, y si al tratar las primeras (del niño) se tiene en cuenta las de los últimos (adultos), no quiere decir que estas sirvan de marco para aquellas, sino que no se les debe atribuir mayor importancia que las de simples términos de comparación, para poder guiarse en el poco explorado camino de las anormalidades psíquicas de la infancia y de la adolescencia”. (R.Senet; 1911).

14. Para ampliar los aspectos jurídicos, remito a UNICRI, Nro. 42, Bs. As., 1990.

15. Ameghino, A.; La educación de anormales en la República Argentina. 1923.

16. Resulta interesante, como tarea pendiente, poder indagar con mayor profundidad los motivos de esta particularidad.

17. Cuestión en la cual existen testimonios coincidentes, como señalábamos más arriba.

18. Ver Anexo I de esta presentación, con una lista impresionante de autores que menciona.

19. Anales del Patronato de la Infancia (Revista de Higiene Infantil), Año II, N° 5 y 6, Buenos Aires, 1893.

20. B. Etchepare, con su artículo “Psicosis Infantil”, de 1905, es una ilustración de esto en el Río de la Plata.

21. Stagnaro, J. C.; “Acerca de la recepción e incorporación de las ideas de la psiquiatría europea en Bs. As. (1870-1890).”; en Historia y Memoria, AAVV, Bs. As., E. Polemos, 2000.

22. Como podemos ir desprendiendo de la investigación sobre textos de la época que aluden a la infancia, en concordancia con diversos estudios históricos realizados respecto de la psiquiatría argentina.

23. La comprensión de la patología en el niño puede servir como explicación para la enfermedad nerviosa del adulto.

24. Para resaltar esto, consignemos por ejemplo que Gregorio Bermann, en su libro La salud mental en la Argentina, en los años ’60, dice que incluso aquellas tentativas de Ciampi y su grupo quedarán solitarias durante casi 30 años más.