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Los efectos del conflicto matrimonial
en el desarrollo del niño, inferidos de la situación psicoanalítica*
David
Liberman
I
En la situación analítica podemos dilucidar la actitud y el comportamiento del paciente con las personas con quienes convive, observando su actitud y comportamiento frente a las interpretaciones.
Apliqué este método de trabajo a pacientes adultos, casados y con hijos, con el propósito de mostrarles a través del manejo distorsionado que hacían de mis interpretaciones, las actitudes de fracaso que tenían con sus hijos y que derivaban a su vez del conflicto matrimonial.
Cuando un analizado recibe una interpretación se produce un cambio cualitativo en la fantasía inconsciente de su relación transferencial. El analista representa, entonces, un nuevo aspecto de sus objetos parentales o de cualquier otro objeto de su vida infantil, siempre que la interpretación haya sido ajustada.
Los pacientes que proceden de medios familiares donde la neurosis es colectiva, no nos pueden dar la oportunidad de hacerles buenas interpretaciones porque repiten su patrón distorsionado de convivencia, trasladándolo masivamente de su medio familiar a la situación analítica. Aportan, por así decirlo, la cuota con que contribuyen a la neurosis familiar y “actúan” dichas neurosis en el manejo que realizan con la interpretación. La comunicación está tan viciada que no conocen la naturaleza y la función de la interpretación. Esto puede reconocerse observando las alternaciones experimentadas por el paciente cuando nos escucha y que se evidencian por un desajuste en la respuesta a la interpretación.
Puntualizando mas. El paciente que no comprende la verdadera naturaleza y función de la interpretación, deforma su sentido y finalidad. Esto se comprueba por su forma inmediata y mediata de respuesta. Traslada el manejo que establece con la interpretación un vínculo neurótico con el cónyuge y los hijos.
La madre perfeccionista se muestra exigente ante la interpretación, imponiéndole a la misma una precisión tan estricta que provoca tensión excesiva en el analista. Aunque comprenda el elemento fundamental de la interpretación, reacciona ante los elementos secundarios de la formulación si éstos no son incluídos en su exacta proporción.
La madre que equipara a su hijo como rival que intenta robarle el cariño de su esposo, rechaza la interpretación porque perturba su relación con el cónyuge que actúa ante la interpretación como superyo que se solidariza con la interpretación y que perturba su autoestima. El analista puede representar al hijo envidiado por su pasividad y por la dependencia en relación a su actividad que desarrolla la paciente. En ese caso la interpretación suele ser desvalorizada como defensa ante la envidia que siente la paciente por la gratificación que obtiene el analista por no saber de ella mas que ella misma, sin haber contribuído con nada. También puede encubrir todo esto, disfrazando la desvalorización de la interpretación por la envidia, con una exagerada gratitud.
Éste acostumbra a ser el patrón reactivo de la madre sobreprotectora. Otras madres se muestran sumamente indulgentes ante cualquier interpretación, tratándola como un hijo al cual evita frustrar para eludir toda propuesta por parte del niño. Puede identificarse exageradamente con la interpretación, especialmente en lo que atañe al proceso primario que está implícito en su formulación, considerándola como a su hijo a quien equipara como parte de su propio cuerpo.
Interpretar todas estas cosas a padres o madres que tenemos en análisis, beneficia indirectamente al hijo y contribuímos de esa manera, en cierta medida, con una labor profiláctica, o aún mas, terapéutica.
Todas estas fallas básicas en las actitudes parentales, mantienen un equilibrio inestable en el conflicto matrimonial, que puede ser manifiesto o latente.
Como fracasaron durante su infancia en adquirir un auténtico rol de hijos, en la vida adulta lo mismo les sucede con su desempeño de padre o madre, y de esposa o esposo.
Estos pacientes manifiestan defensas crónicas e intensas contra la aplicación de nuestro método terapéutico y tienen cierta analogía con casos descriptos en artículos sobre la reacción terapéutica negativa.. Una característica notable, es que la reacción terapéutica negativa la exteriorizan algunos miembros del grupo familiar. El paciente cumple un rol estereotipado por un patrón de adaptación grupal. La base de la estabilidad familiar reposa sobre un vicio de información y un fraccionamiento selectivo en la comprensión que estáticamente traslada a la situación analítica.
II
Ahora voy a formular el problema en términos de posición depresiva y posición esquizoide.
La posición depresiva se establece en la neurosis familiar con el fin de estabilizar la organización de la familia y preservarla de nuevos daños.
La interpretación y la neurosis familiar constituyen dos objetos totales, separados, con partes buenas y malas, cada una de ellas.
En esos casos interpreto al paciente que mi actividad en la sesión está “divorciada” de su actividad, que sólo me escucha y me responde de una manera exclusivamente formal y que eso lo ha decidido en su medio familiar porque prefiere mantener un aislamiento que lo preserva de nuevas discordias con su cónyuge y con sus hijos, que si se muestra “sumamente razonable” desde que ha comenzado su análisis es porque ha trasladado a nuestra labor común el “statu quo” que ha establecido todo el ambiente familiar.
Una manera muy útil de interpretar también suele ser ésta: toda acción de dar y de recibir significa perder algo de sí mismo o quitar algo a su cónyuge o a sus hijos. Por eso prefiere limitar aquí también toda emoción que tenga analogía con episodios dolorosos ocurridos en el medio familiar.
Aunque de importancia secundaria, puesto que predomina la repetición sobre el recuerdo, puede señalarse también que no han aprendido el arte de convivir puesto que de niños no aprendieron a jugar con otros niños, de adultos no conocen la manera de convivir con sus hijos(1).
III
Cuando predomina la posición esquizoide ambos objetos, es decir, la interpretación del analista y la expresión del conflicto par parte del paciente, dejan de coexistir.
Además, uno y otro dejan de ser objetos totales diferenciados, con partes buenas y malas cada uno de ellos. Uno de los objetos tiende constantemente a ocupar la totalidad de la situación y deja de existir la distancia excesiva entre interpretación y material del paciente tal como ocurre en la posición depresiva.
El paciente destruye constantemente la situación analítica ocupándose exclusivamente de las interpretaciones.
Estas pasan a constituir el objeto de la discusión y sustituyen todo interés que el paciente pudo haber mostrado sobre sí mismo o sobre sus objetos familiares, momentos antes. También puede acontecer lo opuesto. El paciente rechaza la interpretación como si ella no hubiese sido formulada.
Cuando esto sucede, acostumbro interpretar al paciente que el no puede tolerar que mis interpretaciones coexistan con su material, señalándole esta distorsión como causa de conflictos en el cónyuge o los hijos(2).
Este manejo hostil entre un objeto y otro lleva implícito un sello antagónico a todo aquello que pueda significar un grupo familiar coherente.
Habitualmente interpreto en forma mas concreta el aspecto destructivo implícito en el hecho de mutilar arbitrariamente partes de las interpretaciones o del material. Me apoyo en esto para demostrar al paciente cómo continuamente esta sacrificando en forma total o parcial, algún integrante del medio familiar y en forma simultánea, a las partes propias de su personalidad que corresponden a dichas relaciones de objeto.
Mientras permanecen en la posición esquizoide sustituyendo interpretación por material propio o viceversa, están imposibilitados de poder utilizar las funciones mentales superiores para elaborar dicho material.
Contratransferencialmente se los siente como esquizofrenizantes, puesto que el manejo caótico de la interpretación recuerda mucho el manejo de la madre esquizofrenizante con su hijo y con el terapeuta, tal como lo han señalado diversos autores.
No utilizan la palabra para informarnos acerca de su estado ni escuchan las nuestras como un esclarecimiento. Las palabras son instrumentos con los cuales analista y analizado maniobran o se despistan uno con otro.
Lo que el paciente ha dicho o lo que el analista ha interpretado momentos antes, lo elude, olvidándolo(3).
Si una madre en análisis manifiesta un manejo así de la interpretación, podemos percibir que ella desorganiza las actividades de sus hijos, constituyendo un peligro para la salud mental de éste. También podemos inferir que el objeto con el cual se ha unido en matrimonio padece de un trastorno mental de cierta importancia.
Las interpretaciones quedan como “prendidas de alfileres” desarmándose con suma facilidad.
Antes de terminar deseo señalar otras variedades de interacción entre maternidad e interpretación.
Pacientes de sexo femenino que padecen de un fuerte sentimiento de culpabilidad hacia la madre, no pueden permitirse gozar de la posesión de sus hijos. Deben abandonarlos, dejándolos al cuidado de otras personas a quienes devuelven los niños que le han robado a aquella.
En contraste con este ejemplo, mencionaré el caso opuesto. Pacientes de sexo femenino que padecen de fuertes sentimientos de culpabilidad hacia los hermanos, no pueden reparar a la madre.
Como madres se sacrifican totalmente por sus hijos. Repiten con las interpretaciones una actitud de entrega similar. Dos de los casos en que observé esto, sufrieron transitoriamente durante el análisis, procesos infecciosos de cierta gravedad. No obstante ello, manifestaron una profunda despreocupación por su estado físico. Tendían a negar todo sufrimiento corporal, al mismo tiempo que mantenían una actitud una actitud de gran interés por todo lo que yo les interpretaba.
Sacrificando su físico en pro del análisis, repitieron de esa manera, el único significado que para ellas tenía la maternidad: un auto-sacrificio.
Para finalizar veamos este otro caso. Una paciente casada y con varios hijos no lograba sentir en la situación analítica que ambos éramos adultos. Fracasaba porque no podía conservar un mínimo de madurez y dependencia necesaria para el trabajo analítico.
Para la paciente, su padre había entregado lo mejor de sí fuera de su casa; por eso perdía parte de las interpretaciones. Ocultamente usaba partes de mis interpretaciones fuera de la sesión, realizando un autoanálisis, eludiendo así su frustración. Yo debía olvidarme las interpretaciones que le había hecho, de una vez a otra.
Se ubicaba en un rol servil para poder investigar en forma secreta mi vida privada. Así se conducía ella en su relación genital. Unicamente el pene de su esposo era tomado en cuenta en esos momentos, de allí que la relación genital, en forma secreta, también constituía una masturbación. Cuando una interpretación lograba incidir en ella en plena sesión, me identificaba con uno de sus hijos sobre el cual había ubicado los aspectos malos de su vínculo con el padre.
Reaccionaba ante estas interpretaciones como lo hacía ante las demandas de su hijo, diciendo que, “hoy no podía” analizar dicha interpretación porque estaba muy nerviosa.
También repetía ante ciertas interpretaciones mías, un impulso que desarrollaba con su esposo y con sus hijos: súbitamente me desvalorizaba transformándome en un niño de jardín de infantes, anulando de esa manera la existencia de diferencias entre los niños y los adultos, entre ella, su esposo y sus hijos, entre ella y sus padres en la escena primaria. Nada tenía que envidiar puesto que no había diferencias entre unos y otros.
Mis interpretaciones también en otros momentos representaban un contacto físico destructivo, que equiparaba a las agresiones físicas de un hijo mayor con otro de sus hijos.
En ciertos momentos del análisis, logré que entrara en la posición depresiva cuando puede entrar la labor interpretativa mostrándole que dividía mis interpretaciones en buenas y malas, como dividía a las figuras masculinas de su medio familiar actual en una figura idealizada, uno de sus hijos menores equiparado al pene en la relación genital, y ciertos aspectos de su esposo y otro de sus hijos, que representaban los objetos peligrosos.
Pude conseguir que la paciente lograra proteger mis interpretaciones de los ataques que le hacía objeto con ocurrencias compulsivas que le surgían mientras me escuchaba.
Cuando logró dominar el manejo agresivo de las interpretaciones adquirió consciencia de los malos tratos de que ellas eran objeto. Me dijo que eso le hacía sentirse mala como le ocurría cada vez que se reprochaba el haber reaccionado con violencia ante el hijo sobre el que había depositado sus objetos malos u
Revista de
Psicoanálisis, Vol. 15, Nº1-2, 1958.
1. En un trabajo
anterior en el que me ocupé de la Identificación proyectiva y el conflicto
matrimonial, puse de manifiesto que la huida precoz de los conflictos de
convivencia con los padres mediante la consolidación de una falsa madurez en la
infancia, es el punto disposicional de los conflictos en la convivencia
matrimonial. Ahora deseo extender esta conclusión a los problemas que los
pacientes adultos pueden originar en sus hijos.
2.Esto, a su
vez, pudo ser comprendido con mayor amplitud tomando en cuenta la ecuación que
se establece en la mujer entre sus objetos primitivos y sus hijos. Dice Melanie
Klein: “En algunos casos la principales ecuación con el niño parece
desarrollarse principalmente sobre líneas narcisísticas. Es mas independiente
de su actitud frente al hombre y está mas íntimamente relacionada con su propio
cuerpo y con la omnipotencia de sus excrementos. En otros casos equipara
principalmente los niños con un pene. De aquí que se actitud frente al niño
deséase mas fuertemente sobre sus relaciones con su padre o con el pene de él”.
3. A veces suele
aparecer esta secuencia. Durante un instante el paciente hace sentir al
analista arbitrario. Si esto se lo hace notar, necesitan reivindicarse por la
interpretación diciendo que lo único que sienten es agradecimiento por el
interés que el analista pone en su caso. Esto les infunde esperanza, prefieren
dudar y no sufrir una desilusión.